Con el demonio no se juega
Incluso en la Iglesia el discurso sobre los enemigos del alma cotiza desde hace mucho a la baja
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Iniciar sesiónMe ocurre con esta columna lo mismo que a san Juan Crisóstomo (s. IV). En una de sus más famosas obras escribió que «no es para mí ningún placer hablaros del demonio, pero la doctrina que este tema me sugiere será para vosotros muy útil» ( ... MG 49,258). El caso del que fuera obispo de Solsona, Xavier Novell, ha vuelto a traer al protagonismo público y mediático al príncipe de las tinieblas . No olvidemos que fue Juan Pablo II quien insistió en que es preciso «aclarar la recta fe de la Iglesia frente a aquellos que la alteran exagerando la importancia del diablo o de quienes niegan o minimizan su poder maligno» (13-VIII-1986).
Ch. P. Baudelaire, autor de 'Las flores del mal', afirmó, no sin razón, que «la astucia más hábil del diablo es convencernos de su no existencia». Entiendo que haya quienes piensen que el demonio es un residuo medieval, un concepto simbólico, una imagen del pasado, una fantasía, un mito. No pocas de las enfermedades mentales y fenómenos paranormales que se atribuían a su actuación se resuelven ahora con el diagnóstico y la terapia de una buena ciencia . Incluso en la Iglesia el discurso sobre los enemigos del alma, el mundo, el demonio y al carne, cotiza desde hace mucho a la baja. Pero, de vez en cuando, aparece en escena también como reclamo de lo aparentemente inexplicable. Tan peligroso es obviar la pregunta sobre su naturaleza y su capacidad de influencia como atribuirle una sobreactuación que le convierte en trivial o motivo de chanza.
Es el Papa Francisco quien nos recuerda que con el demonio no se juega. En su Exhortación Apostólica 'Gaudete et Exsultate' dice que «no aceptamos la existencia del diablo si nos empeñamos en mirar la vida solo con criterios empíricos y sin sentido sobrenatural. Precisamente la convicción de que ese poder maligno está entre nosotros es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva»(160). «No pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. El mal no es solo una deficiencia, es una eficiencia» (161).
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