El ébola en España: muerto el perro sigue la rabia

No hay manera de sacar otra conclusión tras el alboroto formado alrededor del perrito, que en unas horas movilizó más muestras de solidaridad , y en contra de su sacrificio, que los miles de muertos que viene causando la terrible enfermedad; dos de ellos, por cierto, españoles a los que, para algunos, no merecía la pena intentar salvarles la vida o procurarles un fin digno.

En apenas un rato, el can se hizo más famoso que Rin Tin Tin y su causa fue convertida en «casus belli» en la acequia digital, que iba guiando a decenas de personas para que se manifestasen (hasta enfrentarse con la Policía) en todos los escenarios de tan «injusto perricidio».

A la zambra se unió el rector de la Complutense, José Carrillo -«¡qué boda sin la tía Juana!»-, que emitió un dictamen de urgencia para que en su universidad no se sacrificara a «Excalibur».

Al mismo tiempo, centenares de mensajes falsos inundaron la red, manipulando cabeceras de medios o tergiversando el contenido de sus noticias. La extraordinaria viralidad de internet convirtió en pandemia la desinformación, y la mentira, en acta de ley. Y surgieron aquí y allá casos sospechosos que nunca existieron, agujeros invisibles en los trajes de protección de los sanitarios o legiones de ciudadanos «con fiebre y toda la pinta de tener ébola». Bienvenidos al Matrix social.

Tampoco está siendo fácil guarecerse ante el chaparrón de presuntos expertos que anegan las emisoras con testimonios marca «¡ojo al dato!» o «sé de buena tinta que...». Un ejemplo: conexión en directo en la puerta de La Paz con una enfermera que denuncia, en rigurosa exclusiva, la posibilidad de que 27.000 opositores (no diez o doce, no, 27.000) se han podido contagiar cuando Teresa acudió a un examen. Nada más terminar la quejumbrosa mujer, un responsable del programa asegura: «Para no crear alarma, cabe decir que es imposible, porque la enferma aún no presentaba síntomas». ¿Por qué entonces la conexión? El número de ejemplos similares tiende a infinito.

Y luego, las autoridades. ¿Qué clase de aislamiento es ese en el que los enfermos narran online sus impresiones? ¿Contribuye esto a aportar dosis de tila de la sociedad? ¿Es lo mejor para un enfermo grave, como Teresa Romero?

«Propongo poner en observación al perro y sacrificar a la ministra. No hay color», dejó ayer dicho en el cuérnago digital de Twitter un simpático académico acostumbrado a dar leccioncitas morales. Es solo un ejemplo, un simple grano de arena en esa enorme playa de la descalificación en que deriva la red.

Habrá muerto el perro, pero la rabia parece que no.