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SEVILLA Y AMÉN

Undibel

Alberto García Reyes

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El Señor de la Salud de los Gitanos en el Vía Crucis de las Cofradías / J. M. SERRANO

Llevaba en sus acais ese hombre la fuerza perdida de sus piernas. No estaba en el callejón buscando parné, ni fario. Entre gitanos no cabe la buenaventura. Estaba por allí rogándole al Señor de la Salud, Sastipén en caló, su libertad. Después de tantos siglos ... de galeras, persecuciones, caravanas, noches al raso, fatigas y desprecios, después de haber aguantado tantos tópicos, tantos ninguneos y tantas huidas, el Gitano de Sevilla caminaba como un rey por las calles de la ciudad ante los ojos del gitanito herido que, sin poder levantarse de su silla, fue a contemplar el poder infinito de la humildad. Porque si Cristo no hubiese sido judío, habría sido calé. Ningún pueblo del mundo conoce mejor la cruz que el gitano, un pueblo nacido para las Angustias. Por eso en el Viacrucis torció el Señor por callejas desconchadas, por casas en ruinas, por plazuelas rotas. Cogió por los caminos de sus adentros, de su historia. Hasta que la sombra de la Giralda le ennegreció aún más su cara morena de tanto andar descalzo y la ciudad asumió, como cuando la aurora del Viernes Santo devora la Madrugada en la Catedral, que la Salud de Sevilla consiste en haber dejado pasar al débil y haberlo puesto a la altura del poderoso. La Salud de Sevilla se basa en que aquí no se le mira a nadie el color de piel, ni la casa en la que vive, ni el abolengo, ni la fortuna. Cuando Dios está en la calle, aquí sólo se mira el corazón. Se cumple la oración del capataz en la levantá: «Tos por igual». En una trabajadera coinciden cargando los mismos kilos un juez y un condenado, un catedrático y un albañil, el rico y el pobre. Y en lo alto del canasto pasa lo mismo. El Canastero y el Gran Poder cargan la misma cruz. La misma. Por eso aquí los gitanos han vencido a su injusto destino de mayor sufrimiento. Y le cantan a Dios desde los balcones mejor que nadie porque sus metales están hechos a martillazos. Es como si el hombre de la silla estuviese reclamando del Señor la frase de Lázaro. ¡Levántate y anda! Como si estuviese bisbiseando la letra vieja de la toná: «Ahora que yo soy el yunque / me toca a mí el aguantar. / El día que sea el martillo / ya te puedes preparar».

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