en cuarentena
Ceguera
Demasiadas veces parece que las hermandades viven entre tinieblas, atravesadas por envidias, soberbias y avaricias impropias de una familia cristiana
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Iniciar sesiónEl domingo de Laetare (etimológicamente 'alegraos', a la manera de una mesetilla en el ascenso por la escalera ascética de la Cuaresma) viene en la liturgia del día con una sonora advertencia sobre la ceguera espiritual: «No se trata de lo que vea el hombre. ... Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira al corazón», proclama la primera lectura, tomada del libro de Samuel, cuando el enviado de Dios se fija en el esmirriado David, que llegaría a ser el rey más venerado de Israel, para ungirlo. El apóstol Pablo invita a los efesios, en la segunda lectura, a vivir como «hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz». Y finalmente, en el Evangelio, resuena la admonición de Jesús: «Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís 'vemos', vuestro pecado permanece».
Sin ánimo de sermonear, algo de todo eso sucede alrededor de nuestras hermandades. Porque, en efecto, están sobresaturadas de una visión humana, a veces hasta demasiado humana, como si se tratara de empresas u organizaciones sociales que hay que gestionar con criterios del mundo. Pero ayunas de una visión sobrenatural que aletea en todo aquello en lo que se percibe el hálito del Espíritu Santo. Cuántos cabildos y cuántas elecciones internas se volverían como un calcetín si los cofrades abandonaran por un rato la visión de los hombres y se dedicaran a mirar al corazón de sus hermanos.
La epístola paulina insiste en que la conducta de los cristianos (Éfeso era un centro de impiedad en la Antigüedad) tiene que diferenciarse forzosamente en las maneras de quienes no lo son. No hará falta explicar a qué se refiere el apóstol de los gentiles con las obras de las tinieblas y la invitación a luchar contra ellas denunciándolas sin transigir. Demasiadas veces parece que las hermandades viven entre tinieblas, atravesadas por envidias, soberbias y avaricias impropios de una familia cristiana. Y que nadie las quiere ver.
Ese es el pecado que señala Jesús en el Evangelio de la jornada. No que los cofrades estén ciegos, sino que nieguen su falta de visión. Saramago, en su 'Ensayo sobre la ceguera' dejó escrito cómo se extiende esa deficiencia visual: «La ceguera iba extendiéndose, no como una marea repentina que lo inundara todo y todo lo arrastrara, sino como una infiltración insidiosa de mil y un bulliciosos arroyuelos que, tras empapar lentamente la tierra, súbitamente la anegan por completo». ¿Habrá llegado ya ese terrible momento?
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