CRÓNICA VIERNES DE FERIA 2025
Aquí no hay playa
Los sevillanos aparcaron la costa para empezar a despedirse de la eternidad en un viernes de Feria pletórico
Guía de la Feria de Sevilla 2025: fechas, casetas, plano, toros y todo lo que tienes que saber
Se despertó en calma el imperio de la efusividad. Reposando una noche larga de esas que terminan sobre el mostrador de los puestos de gofres, sellada con la tinta grasienta que dibuja nubes de aceite en los cartuchos, completa como un bocata de cochinito con ... todos sus avíos, de esos que espantan a los fantasmas amarillos de las pálidas, de los que ponen cemento en los boquetes que abren las lunas más traviesas. Declaraciones en los puentes, besos de plata que eran candados que recién se colocaban en las estanterías de la reminiscencia. Aquí volver es una ida hacia la eternidad. Recogerse es transitar por desórdenes pulcros.
Quedaban un par de tiradas a la ruleta de la fortuna, llegaban a la orilla de esta isla abarrotada las últimas olas impetuosas de la magia. Al mediodía estaba tranquilo el albero, reponiéndose, metiéndose en caja para terminar de desfondarse. Reinaba un ambiente familiar, de sobremesa de domingo en casa de las abuelas. Se escuchaban nítidas las conversaciones, circulaban tranquilos, sin tener que sacar la skill del zigzag los jóvenes caseteros que empujaban las carretillas. Un lorenzo pletórico iluminaba las calles del laberinto de la alegría. La gente lo combatía con unos abanicos verdes que se repartieron por todo el real en los que aparecía el escudo del Chelsea y el del Betis con la fecha de la Final. La guasa. Los debates. La que nos disteis con los del paragüero. Dejadnos disfrutar, que nos toca, joé.
El contexto invitaba a la reflexión. Mirando alrededor, contemplando el armonioso transitar del mausoleo de los pesares, a uno le entraban ganas de interrogar al misterio, de sacarle las higadillas a esa pregunta del millón, la que resume todo lo que está pasando: Cómo es que cuando más cansado estás, más vivo te sientes. Cómo es que cuando más dineros te gastas, más rico te percibes. Cómo es que hasta para ser feliz hay que valer, cómo es que hay quien no se da cuenta que todo es mucho más fácil de lo que nos creemos. Que la vida se resetea, que se puede pausar. Que es tan bonita que da miedo, porque eso no se suele decir; hay quien tiene miedo de vivir, quien se siente culpable de su gozo, quien cree que está reñido disfrutar y esforzarse.
Es aquí, donde pica el alma, donde duelen los pies, donde los ojos están hinchados, donde se habla cantando, donde se quiere bailando. Es aquí, justo aquí, donde la existencia se desnuda y nos deja ver sus costuras. Donde criba lo importante y elimina esos desechos residuales que pudren las jornadas de los que no se han mojado los labios con el cáliz de las revelaciones. Era viernes, y se presentaba un fin de semana prometedor. Muchos padres aprovecharon la efímera tregua de una Feria que aún no rebosaba para cumplir con la promesa de los cacharritos. Dardos, camellos, ratón vacilón. Bufandas de Fernando Alonso y del Inter de Milán.
Desembarcaba la hermandad de la provincia en el manicomio de la cordura, exigiendo el cetro de sus días, llenando las calles de una emoción renovada que hacía que temblasen las aceras. Poco a poco, sorbo a sorbo, hora a hora, se iba completando una algarabía inusual para las alturas de la fiesta. Exclamaba sorprendido un camarero en Bienvenida que nunca había visto tanto jaleo a estas alturas. «Este año me da a mí que con la vuelta a lo corto la gente va a tirar para Punta Umbría la semana que viene mejor», comentaba un señor fondón mientras se echaba para atrás cuatro pelos engominados. Asentían sus contertulios.
«Yo no entiendo los que dicen que descansan de la Feria, yo descanso del trabajo, joé», soltaba otro con hechuras de filósofo mientras inclinaba una jarra de rebujito llenando los vasos de su reunión. «Ah, ¿y la fiebrecita de las chaquetas cruzadas? ¿Eh, qué hacemos con eso?», prosiguió al rato. «Por mí que le metieran fuego al Tik Tok y a todas las mamarrachadas esas. No hay nada peor que que se pongan de moda cosas. Las modas matan la elegancia, que te lo digo yo, hombre, que eso es así», pontificaba.
El tiempo volvía a hacerse noche y los habitantes de la gloria se conjuraban para atrapar lo que se iba escapando. Llegaba más y más gente. Flamencas que habían desertado de su traje, faltaban catavinos para tantas bocas con sed de más. Por Bombita entraba un chaval con su pandilla a una caseta. Los recibía su abuela, que fue saludando religiosamente con dos besos a niños y a niñas. Tras un rato observando, la señora, larga como una cola para el baño, se acercó a uno de los amigos y señaló a la niña del vestido azul: «¿Esa es la de mi nieto, verdad?» Para qué más. Las carcajadas llegaron hasta la calle del Infierno. No se marchó de allí hasta que no los hizo bailar una sevillana. La ciudad de los cielos tangibles rebañaba sus días intentando hacer entrar en razón a una madrugada que se evaporaba en las frentes de un grupo que canta a grito pelado aquello de «vaya, vaya, aquí no hay playa».
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