CRÍTICA DE MÚSICA
Celebrar a Bruckner apostando por Mahler
Se cumple el bicentenario del nacimiento de Anton Bruckner y la ROSS le dedica este concierto junto a uno de sus seguidores más fiel: Gustav Mahler
CARLOS TARÍN
Sevilla
Gran Sinfónico 9
- Programa: 'Celebrando a un genio'. Obras de Mahler y Bruckner.
- Intérpretes: Sarah Wegener (soprano). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.
- Dirección: Marc Soustrot.
- Lugar: Teatro de la Maestranza.
Hace 14 años que la ROSS no interpretaba a Bruckner, y lo hizo precisamente con esta 'Sinfonía nº 4, Romántica'. Ese tiempo casi supone el de la mitad de la existencia de la orquesta. No sabemos si tiene que ver que desde siempre ha ... habido grupos dispuestos a ridiculizar la figura y la obra del músico austriaco, ya fuese por ingenuo, cuando no infantil o inseguro, debido a sus numerosas correcciones que sus obras tienen, fruto de admitir consejos, críticas o presiones para que cambiase todo o parte.
El bicentenario del nacimiento de Bruckner la ha traído de nuevo a la programación de la ROSS y es más que probable que contemos con alguna más la próxima temporada, ya que el compositor nació en septiembre y podría quedar tiempo para algún otro tributo. Pero es triste depender de fechas: ¿no oiremos más Bruckner hasta dentro de otros 100 años? Afortunadamente, la OJA nos ofreció hace sólo dos años la 'Séptima' en la visión jubilosa del director madrileño Carlos Domínguez-Nieto, lo que sin duda calmó nuestra sed bruckeriana.
Soustrot no deja de sorprendernos con el ahínco con el que defiende cada propuesta que nos trae. Esta 'Cuarta' no era menos, pero nos pareció en un principio que habiéndola trabajado con la orquesta como suele, o la sinfonía o el autor no terminaban de implicarlo completamente. Diríamos que fue una sinfonía muy bien leída, trabajada como suele hacerlo y con resultados colorísticos sorprendentes; pero debe haber algo que no lo motiva y nos pareció que se dejó llevar por los matices escritos, exagerándolos si acaso, simplemente para que no resultase plana, pero sin llegar a creérsela; es más, en los juegos tímbricos que pasan de una sección orquestal a otra podríamos decir que casi se oía la barra de compás. Tal vez el ejemplo más claro fue apenas empezada la sinfonía de forma suave, expositiva, y al llegar a los metales llegó un estallido, como forzando el 'crescendo'. Los músicos en sí mismos estuvieron francamente bien toda la noche, pero queremos subrayar aparte el trabajo de las trompas, con Joaquín Morillo a la cabeza, por su papel destacado durante toda la sinfonía. El final de este primer movimiento fue tan esplendente como era de esperar porque, como decimos, Soustrot conoce a fondo el mundo orquestal y sabe equilibrar las fuerzas para conseguir una conclusión brillante.
Otro grupo que pronto destacó fue el de los violonchelos, con un sonido corpóreo, terso y lleno, y que en el segundo movimiento tuvo el mejor momento para demostrarlo: esa especie de marcha melancólica, hay quien llega a decir que hasta fúnebre, ese color a madera intenso, pero de superficie delicada, sin roturas, se consiguió en sus diferentes intervenciones, incluso sin salir del movimiento. Al igual que otra familia en permanente estado de gracia y que también esta noche tuvo también su momento: las violas. Soustrot sí destacó el contraste con un hondo coral, tal vez eco del gran organista que fue Bruckner, y en el que se derrocha espiritualidad por doquier, no tanto religiosa aquí, sino con la naturaleza, ese gran punto en común de la música germana. Pero a continuación hay un momento en que los violines enuncian una melodía entrecortada en 'forte' y es aquí donde sentimos ese distanciamiento, porque venía a sonar a 'maquinita', a 'midi': no era posible, estando al frente de unos y otros Farré y Dmitrenco, respectivamente. Por eso nos parece que en pasajes como este el maestro priorizó el sonido sobre la intención del compositor; y quizá fuesen los violines los más perjudicados de la noche, al no haberse trabajado esta y otras secciones desde un punto de vista más intencional que efectivo.
La típica sección 'de caza' vino con el 'Scherzo', y con las trompas al frente de nuevo, y aquí más justificado que en cualquier otra parte. Lo animado del momento y la interacción de ellas con el resto de los metales y la cuerda dio lugar a una parte acertada y viva, que no tuvo igual respuesta en un mortecino 'Trio'. El extenso final fue quizá el más desdibujado del todo, insistimos en cuanto a intencionalidad, porque en efectividad estuvieron todos a un gran nivel. Nos dio la impresión de que Bruckner no le llega, y por tanto no lo apura todo lo que pudiera.
Muy diferente fueron los 'Kindertotenlieder'. Fíjense que la presencia de Mahler en el programa de esta noche era para dejar claro el reconocimiento del músico judío al trabajo de su admirado maestro católico, y además con una obra de enorme belleza. El dolor del poeta Friedrich Rückert fue traducido a la música por un compositor emocionado por lo sugerente de los textos de un padre que ha perdido a dos hijos. Seguramente hubiera sido otra la música de haberla compuesto cuando murió su hija Anna-Maria poco después: por eso, a pesar de que el poeta aceptó resignadamente estas muertes, sus sentimientos se desquician con frecuencia, mientras que la lectura del músico se queda más bien con la belleza del canto condescendiente.
Sarah Wegener conocía bien los textos y supo cantarlos aportando suficientes dosis de dolor y evasión con cada uno de los poemas que presentaba, con una claridad vocal muy atractiva y con una voz de hermoso timbre al servicio de la música. Debe sentir pasión por ella a pesar de saber que estaban pensados para una mezzo o un barítono, de color más oscuro y distinta tesitura, y por ello pasaría apuros en los graves, que nos parece que alcanzó con su voz natural, y alguno incluso lo dejó sólo esbozado. A cambio nos dio mucho.
Al igual que Soustrot, que supo ver la fuerza de una orquesta muy 'mermada' en el número, pero que trabajaba imaginativamente diferentes tonalidades, y en donde verdaderamente menos es más. Pero como se ha repetido muchas veces, este Mahler no hubiera sido el mismo sin aquel Bruckner.
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