«No seré una maravilla, pero sí una buena persona»
CRISTINA DURÁN LEÓN
MADRID
«Siempre quise tatuarme», confiesa Carmen Lomana, convertida en directora de una academia de buenos modales. Cometió la locura pero a medias. Vivía Guillermo, su marido —recuerda con nostalgia— cuando se tatuó el brazo en Ibiza y se presentó vestida de ... Versace en una boda «elegantísima» en San Sebastián: «Él odiaba los tatoos, pero yo iba feliz... Como provocando», reconoce. «Se me quitó, era de mentirijilla», se ríe.
Ahora intenta persuadir a los alumnos de «Las joyas de la corona»para que no lo hagan. Una misión complicada, con estrategias varias que van desde «ya tienes el cuerpo cubierto» hasta «podrías llegar a ser presidente del Gobierno y ¡a ver qué haces con los brazos tatuados en los actos oficiales!». Pero siempre sin perder la empatía, esa que asegura tener con la juventud: «Me cuesta mucho reñirles. Intento decírselo sin que se sientan humillados. Sus ídolos dejaron de ser gente como Jackie Kennedy y ahora son Rihanna, Victoria Beckham y Angelina Jolie».
Los referentes han cambiado desde que Carmen era joven (o más joven): «Aún sigo siéndolo», matiza entre bromas. Y es que para ella fue su madre el espejo en el que reflejarse: «Era y es una mujer elegantísima y una férrea educadora», añade. Pero Carmen es humana y, como tal, ha cometido algún error en sociedad: «En una fiesta le pregunté a un señor quién era el loro que no cesaba de hablar y me contestó: mi mujer», se ríe.
Tiene sentido del humor, pero cuando le preguntan si metería a Belén Esteban en la academia aboga por la discrección: «Ni la nombres. Si digo algo se va a enfadar, no tiene ningún sentido autocrítico». Quizás prefiera callar para seguir su lema de vida: «Tratar a las personas con humanidad, con respeto y con cariño. No quieras para los demás lo que no quieres para ti». Y hablando de querer, ansía que el uso del lenguaje cambie. Se queja de cómo los jóvenes utilizan cuatro vocablos para comunicarse: «Jo, macho, tío, ¡Qué guay!». «Se pueden decir palabrotas, pero con los amigos», asevera mientras cierra y abre su abanico. «De hecho, es preferible a decir jolín y, más, jolines. Es una expresión horrible para la gente de cierto nivel social», explica. Enseñar a los chicos a evitar estas y otras vulgaridades son algunos de sus cometidos dentro de la escuela: «Deben ser capaces de expresarse en público, les ayudará a enfrentarse a una entrevista de trabajo».
De esto último, de trabajo, pero del suyo en televisión le asombra la confianza que Telecinco ha depositado en ella y las muestras de cariño que recibe de la gente: «Supongo que porque el que no me puede ni ver no va a venir a decirme que soy una imbécil», se sincera y matiza: «No seré una maravilla, pero sí una buena persona».
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