Últimas tardes con Teresa
No puede haber mejor homenaje a la obra de la Campos que la cobertura televisiva de su agonía y muerte
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Madrid
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Iniciar sesiónEl hecho cierto de que fuera una celebridad del sector de la espiritualidad mundana, el sacerdote conocido en los carteles como Padre Ángel, el encargado de firmar el pasado lunes el certificado de predefunción de María Teresa Campos da una idea del calado ... de la obra televisiva de la presentadora malagueña, basada en la popularización, cuando no la vulgarización, a ras del suelo, de lo que hasta comienzos de los años noventa era lo más sagrado. La letra de las sevillanas de Romero San Juan que dieron título a uno de sus magazines –«Pasa la gloria./ Nos ciega la soberbia, pero un día pasa la gloria,/ y ves que de tu obra ya no queda ni la memoria»– no casa con la herencia que deja en la pantalla una de las grandes estrellas del medio, responsable de trasladar a las emisoras televisivas la cháchara de las cadenas radio.
Personalista, vanidosa y nepotista, siempre rodeada de cortesanos que juraban fidelidad a la reina de las mañanas, so pena de destierro, María Teresa Campos no inventó nada, pero tuvo el instinto necesario para adaptar con unos alicates y medio metro de cable los espacios radiofónicos a una pantalla en la que hasta entonces se trataba con extremo rigor y buena educación el debate político. De 'La clave' de Balbín, formato transicional, pasamos a una seminal mesa de debate en la que el aspaviento y el sectarismo, el rifirrafe y la tremolina, contribuyeron a hacer atractiva para la gente, ahora mayoría social, una actividad hasta entonces distante e incluso arcana. De aquellos polvos, estos lodazales, al rojo vivo.
En el mejor y en el peor sentido, ese premeditado proceso de vulgarización del mundillo parlamentario, hasta entonces respetable y elevado por encima de la masa que se dejaba entretener frente al televisor, se materializó en la convergencia de las formas utilizadas para hablar sin solución de continuidad de una boda de postín o de un pacto de legislatura, de una mayoría simple o de la romería del Rocío, de un fallecimiento retransmitido sin pudor desde las puertas de un hospital o de un escándalo de corrupción del tardofelipismo. A partir de entonces, lo mismo dio ocho que ochenta. Su legado no solo permanece, sino que lo ocupa todo.
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