El dilema tras la 'guantá' de Will Smith a Chris Rock en los Oscar

«A la cultura negra se le permite un rango mayor de virilidad y espontaneidad. Se percibe en la NBA, el hip hop o en los excesos tolerados del BLM»

Will Smith destroza la gala con un guantazo a Chris Rock

Jada Pinkett Smith y Will Smith, tras ganar el Oscar y después de la 'guantá' a Chris Rock AFP

La sorprendente ‘guantá’ de Will Smith nos resulta doblemente violenta e inesperada. Se trata de un actor tan vinculado a su papel de Príncipe de Bel Air que al ver las imágenes aún esperamos que aparezca por allí el Tío Phil a cogerle ... de la oreja .

Su agresión también vulnera algo que consideramos sagrado. El artista puede romper la barrera invisible que separa el escenario del público, pero al revés supone una transgresión. Invadir el escenario es traspasar un escudo cultural, y más si es para agredir al artista. En parte, nos recuerda a la patada con la que Eric Cantona proclamó la radical igualdad deportista-hooligan.

En la torta de Will Smith entran en conflicto dos cosas: por un lado, la inviolabilidad del cómico, bandera moderna y anglosajona de la libre expresión y el ‘free speech’; por otro, el honor del hombre que defiende a su esposa burlada, que es quien insta con su mirada la acción restituyente.

Lo primero es más moderno que lo segundo, casi atávico. El cómico encarna el humor, la emoción cívica más valorada, mientras que en Will Smith habla o golpea el amor, la emoción íntima más noble, y unas estipulaciones contractuales no escritas: si él no la defiende, la esposa está indefensa porque, de querer, ella no podría darle a Chris Rock el puñetazo sin dejar en mal lugar a su pareja, el hombre. Sería un ‘disrespect’ en todas direcciones. Es complejísimo lo que sucede ahí, en milésimas de segundo se arriesga un matrimonio : Smith es accionado.

Su reacción encuentra, por ello, alguna defensa que no encontraría de haber agredido a una mujer, a Tina Fey, por ejemplo, hecho inimaginable. Dos hombres aún pueden pegarse, siempre que sean del mismo tamaño (reproche que cabe hacerle a Will Smith); más peliagudo sería si fuera blanco . Al ser los dos ‘de color’ se benefician también de una cierta permisividad con lo instintivo. A la cultura negra se le permite un rango mayor de virilidad y espontaneidad. Se percibe en la NBA, el hip hop o en los excesos tolerados del BLM.

Por su salvajismo, el tortazo en los Oscar quizás sea otra señal de decadencia. Confluyen varias cosas. El humor ha de ser cada día más hiriente y cínico para hacer gracia, la sensibilidad victimista es mayor y, a la vez, más personas van sintiéndose liberadas de las viejas reglas de compostura, asociadas a perfiles civilizatorios en extinción. Nadie imagina a David Niven haciendo algo así. Ni a Sidney Poitier.

En los salones del Oeste un cartel rezaba ‘No disparen al pianista’ . Ahora tendrán que avisar: ‘No agredan al cómico’.

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