Crítica de 'La tierra de Amira': La semilla del buen tomate y de la buena convivencia
«No es una película que aclare los males del mundo, pero sí pone algunos acentos en ellos»
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Fotograma de 'La tierra de Amira'
Es el primer largometraje dirigido por el guionista Roberto Jiménez y tanto podría ser una película social como un cuento navideño. Social, porque alude a algunas cuestiones cargadas de actualidad, como la inmigración, la llamada España vaciada, la tolerancia, el abuso o el caciquismo en ... las zonas rurales. Y cuento, porque se procura la historia de un blancor y una pureza en la mirada de algunos personajes que la convierten en material didáctico.
Esos personajes principales y positivos son Amira, una joven marroquí sin papeles que trabaja como temporera en el campo; Justino, un viudo huraño que cuida y trabaja su tierra y sus tomates como un sacerdote a sus feligreses, y Araceli, su hermana y persona volcada en los demás. Pero, como todo cuento o crítica social, también tiene sus personajes negativos, que en este caso es el terrateniente que aspira a quedarse con las tierras de Justino y uno de sus capataces que reúne todos los prejuicios y vicios posibles.
Los 'lobos' del cuento
El argumento es sencillo y bien alumbrado a distancia, de modo que preverlo no es un signo de agudeza, pero su interés radica en las relaciones a las que se abre, especialmente a las de la joven protagonista y el huraño Justino, bien interpretado ese vínculo por Mina El Hammani y por Manuel Morón, que llena a su Justino de franqueza, valores y dignidad y sitúa su natural antipatía en un lugar próximo al corazón. También Pilar Gómez consigue hacer visibles las cualidades del personaje de la hermana. Y en el lado opuesto, los 'lobos' del cuento, están Jorge de Juan y Joaquín Núñez, un actor muy de alegría y que aquí en cierto modo se la da (la alegría) para componer a un tipo tan despreciable como usual.
No es una película que aclare los males del mundo, pero sí pone algunos acentos en ellos.