Una bofetada, alcohol y el orgullo secreto de Franco: el rodaje más caótico de Hollywood en Madrid
Las acusaciones de plagio, las broncas entre Ava Gardner y Charlton Heston y la falta de rigor histórico empañaron el periplo español de '55 días en Pekín', en cuyo estreno en la capital coincidieron John Wayne y el por entonces Príncipe Juan Carlos
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Iniciar sesiónNada se le había perdido a Samuel Bronston en España, pero el productor estadounidense de origen ruso disfrutaba con las causas perdidas y levantó en Madrid un imperio que llevaba siglos sin ver la luz. Sin Felipe II y sus tercios pero con ... una legión de estrellas de Hollywood y un emporio de cartón piedra, el sobrino de Trotski batalló con los molinos del Quijote y recuperó la pujanza de un país sumido en el oscurantismo a base de películas, fiestas nocturnas y titánicos rodajes.
Sacó partido a la mano de obra barata y a los incentivos fiscales para convertir España en el Hollywood del Mediterráneo, y hasta hizo desfilar a militares nacionales como figurantes a las órdenes de extranjeros. Si doblegó a Franco hasta conseguir el permiso para que Bette Davis grabara, como Catalina la Grande en 'El capitán Jones' (1959), sentada en el trono oficial del Rey de España, poco podía hacer el director Nicholas Ray para escapar de su yugo, con o sin parche, a pesar de haber jurado no volver a trabajar con el productor después de su agotador trabajo en 'Rey de reyes' (1961).
La cuarta superproducción de Bronston en España, '55 días en Pekín' (1963), fue casi igual de ostentosa que 'El Cid' (1961), pero también la crónica de un desastre anunciado. Volvió a escena Charlton Heston , en el papel del heroico comandante Matt Lewis, acicate y verdugo del director que exprimió hasta la última gota de James Dean en 'Rebelde sin causa' (1955); y entre la influencia de uno y las ansias de espectacularidad del otro, el poeta solitario e incomprendido de Ray trajo Pekín a Madrid , se adentró en una cinta épica de colosal presupuesto y a punto estuvo de morir enterrado entre los miles de metros cúbicos de tubo de acero y de madera que convirtieron Las Rozas en el campo de batalla de la revolución de los boxers de la China imperial.
La sensibilidad europea del cineasta se dio de bruces con la grandilocuencia panorámica de Bronston, más interesado en las batallas y los escenarios que decoraron Gil Parrondo y Julio Molina que en la íntima mirada que Ray imprimía a los personajes. Aunque fue capaz de soterrar golpes de efecto emocionales, dotando de contenido a gestos y miradas, las polémicas del rodaje de la que sería la última película «comercial» de Nicholas Ray fueron tan turbulentas (y estériles) como las protestas de los revolucionarios chinos tras años de «guerras del opio», hambruna y malestar civil por la injerencia extranjera, y sirvieron, como no podía ser de otro modo, de catarsis personal para el director.
Un ataque cardíaco y el golpe de una diva
El realizador no cayó en combate sin presentar batalla, de ahí que su huella siga inmune en los 62 minutos de metraje que corrieron a su cargo, si bien un ataque cardíaco, probablemente consecuencia de la exigente presión a la que le sometieron, lo apartó del proyecto. Conspiraciones aparte, el ambiente no era el propicio, y a la tensión de rodar a contracorriente se unió la hostilidad de un plató donde hasta Ava Gardner, con quien compartía el gusto por el alcohol y la juerga de las noches madrileñas , le propinó una bofetada delante del equipo . Y, pese a todo, el romántico de Ray aún tuvo la entereza de interpretar de forma episódica al embajador estadounidense…
No exento de talento pero sí de los andamios necesarios para recrear la entusiasta quimera de Bronston, Ray fue sustituido por Guy Green , que coincidió con Charlton Heston en 'El señor de Hawai' (1963), y por el director de la segunda unidad Andrew Marton, responsable de la carrera de carros de 'Ben Hur' (1959) y también conocido por el equipo español como «el carnicero de Pekín» , debido a su gusto por explotar los costosos decorados. A ambos se les atribuye lo que resta de los 154 minutos totales.
Aunque en taquilla rindió menos de lo esperado, el cuidado diseño de producción de '55 días en Pekín', con 20 trajes originales de la emperatriz Tsen-Hu y una tramoya sobre la que terminaría erigiéndose más adelante La caída del imperio romano (The Fall of the Roman Empire, 1964), sedujo al fervoroso Francisco Franco, que al parecer solía hacer un alto en la carretera para ver en todo su esplendor los increíbles decorados.
Como contra los boxers, la película superó cada contingencia que se le puso delante, y ni la improvisación de este clásico del cine de aventuras tiró por tierra el resultado final, aún cuando Ray, varios guionistas mediante, algunos sin acreditar, e incluso el propio Heston reescribían sobre la marcha un libreto digno de Frankenstein y una historia de amor, entre el comandante americano y la baronesa rusa a la que da vida una «demasiado americana» Ava Gardner , demasiado breve para pasar a los anales del cine. Tampoco la actitud de la actriz fue capaz de interrumpir el sueño en el que Madrid se convirtió en Pekín, aunque sus retrasos y su sonada afición a las bebidas bien cargadas colmaran la estoica paciencia del Cid americano . Heston llegó a decir que la relación con Gardner fue la más complicada de su vida en un rodaje y, al parecer, motivo suficiente para hacerla «desaparecer» antes de lo que el guión tenía previsto.
Pese a los repetidos incidentes y a odiar el proyecto, nominado sin éxito en los Oscar a mejor banda sonora original y mejor canción, 'la condesa descalza' disfrutó trabajando sin alejarse de su adorada Madrid, que ardió bajo el temblor de sus brindis de vodka y champán , la mejor inversión del dineral que cobró por convertirse en Natalie Ivanoff. En eso se mostró como una auténtica rusa.
Ni siquiera el despliegue de ironía de David Niven , que interpreta de manera inconmensurable al embajador británico sir Arthur Robertson, despeja el lastre de ese accidentado conflicto de intereses que sobrevuela todo el filme. Y es justo decir que tampoco el actor fue ajeno a los caprichos ególatras, llegando a paralizar el rodaje para pedir que incluyeran un monólogo a la altura de su talento.
Falta de rigor histórico
Más allá de una inolvidable aventura de casi dos horas y media, y a pesar de la intención de afrontar con autenticidad los sucesos reales, escasea el rigor histórico de una película que, aún pretendiendo ser patriótica, revela errores de bulto como un mal recuento en las estrellas de la bandera norteamericana, 45 y no las 43 que se aprecian al desplegarla al principio de '55 días en Pekín'. Falla también la película en los himnos de Austria y Alemania, así como en el uso de unos armamentos anacrónicos que no llegarían hasta la Gran Guerra. Qué costaba un poco de precisión y atención al detalle en una macroproducción que invirtió tanto en recrear a pies juntillas la Ciudad Prohibida.
En este sentido, destaca la concesión de Bronston a la presencia española en el levantamiento, tratando al país como una de las potencias mundiales que acompaña a la Alianza de las Ocho Naciones cuando, en realidad, España optó por mantenerse al margen. También se aprecia un guiño del productor con el izado de la bandera rojigualda al son de la Marcha Real al principio del metraje, en consideración al apoyo administrativo recibido por parte del régimen y a la siempre fructífera acogida que tuvo en Madrid, donde enredó a su antojo.
Sin embargo, sorprende ver cómo el papel del actor Alfredo Mayo , inspirado en el embajador español Bernardo J. Cólogan y Cólogan, queda acotado a un par de frases a pesar de su relevancia en el contexto real, ya que gracias a su buena relación con la emperatriz, que le permitió acceder al Palacio de la Ciudad Prohibida, asumió un rol protagonista en las negociaciones de las potencias extranjeras con el gobierno chino, mucho más productivas que el saqueo de otros forasteros.
Plagio
Las acusaciones de plagio –Samuel Fuller dijo que llevaba trabajando en la idea desde 1957– y los múltiples contratiempos de '55 días en Pekín' no ensombrecieron el aura épica de la película. A pesar de abocar con sus considerables gastos y su exiguo rendimiento en taquilla a la posterior ruina de Bronston , tuvo un prestigioso estreno en el cine Palafox de Madrid, por donde aquel 19 de diciembre de 1963 desfilaron John Wayne , Claudia Cardinale o Rita Hayworth, que se encontraban en la capital rodando 'El fabuloso mundo del circo' (1964) a las órdenes de Henry Hathaway.
Espoleados por la frase con la que la película se promocionó en España, «junto con mujeres y niños de once naciones, usted combatirá una horda de fanáticos sedientos de sangre y la traición de una emperatriz china», celebridades como ya no se recuerdan pasearon por Madrid, disfrutando de una ciudad de cine donde todo era posible, incluso que un cowboy americano compartiera visionado con el por entonces Príncipe Juan Carlos. Y vaya si combatieron, en el fragor de esa memorable batalla dentro y fuera de la pantalla que permitió a Madrid ser Hollywood y China sin moverse del plató de rodaje.
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