Crítica de 'Los colores del tiempo' (***): Un cromático diálogo con los antepasados
Todo queda enmarcado como una buena obra impresionista, que si te acercas mucho no ves lo que hay, y si te alejas ves hasta lo que no hay
'Los colores del tiempo', conexión con el impresionismo
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Imagen de la película 'Los colores del tiempo'
El veterano director francés Cédrick Klapisch tiene demostrado en su larga filmografía su gusto por la comedia y su sensibilidad por el drama y el melodrama, géneros que utiliza con eficacia en 'Los colores del tiempo', película agradable y con el sano interés de ... reunir, trenzar y solapar los flecos de una familia desperdigada con la memoria común de sus antepasados. La estructura general no es un hallazgo, pero sí tiene esa eficacia narrativa de lo bien contado y bonitamente expuesto.
En la actualidad, una treintena de miembros que comparten lazos familiares y que prácticamente no se conocen entre ellos reciben la noticia de que son herederos de una vieja casona en la campiña de Normandía. Al tiempo que se organizan para ver y saber qué han heredado, la película narra la peripecia de Adéle, una joven que abandona la casa a finales del siglo XIX para irse a vivir a París. El presente y el pasado.
El guion se alía con el espectador, de tal modo que él va conociendo los pormenores de una bonita y vieja historia familiar antes que los descendientes de Adèle, y las secuencias actuales de descubrimientos, suposiciones y curiosidades guardadas en la casa se enlazan con la vida de Adèle en París, su relación con el arte, la pintura y la fotografía, el conocimiento de su madre y las causas que la hicieron abandonarla al nacer… La historia, en realidad, no es impresionante, pero sí es impresionista y nos ofrece un paisaje moteado del viejo París y de las nuevas generaciones. Hay suficiente romance y reveses del destino para cumplir con su pertenencia al melodrama y hay, también, los suficientes guiños y retratos amables para mantener la sonrisa siempre alerta.
Muy bien interpretada en ambos tiempos y en su variedad de protagonistas, y excelentemente empaquetada con gusto por el encuadre, por la luz y la ambientación. Se toma la historia algunas licencias (digamos, poéticas) sobre la vida de Claude Monet y sus relaciones, pero todo queda enmarcado como una buena obra impresionista, que si te acercas mucho no ves lo que hay, y si te alejas ves hasta lo que no hay.