La máscara de Pou o Robert Duvall, y el director desenmascarado
Desenmascarar al actor es como desvelar el truco del mago. Josep Maria Pou no se desenmascara ante la cámara, sino justo lo contario: va embozándose con parsimonia y método del personaje que ha de recubrirlo: Orson Welles. La película de Elisabet Cabeza y Esteve Riambau ... se titula y se centra en eso, en la «Máscara», en ese proceso habitual y probablemente penoso en la vida de un actor que consiste, primero, en vaciarse del personaje anterior y, luego, en llenarse del nuevo. Esta película se ha proyectado hoy en la sección Zabaltegui, pero es también el ejemplo perfecto para hablar de las dos que se han presentado en la competición, «Get low», con un actor, Robert Duvall, enmascarado , y «Hadewijch», con un director, Bruno «bluff» Dumont, desenmascarado.
Josep Maria Pou y Robert Duvall son a lo suyo, la interpretación, lo que el 2 y 2 a las matemáticas. Sencillez y precisión. Cuando Duvall chasquea la lengua dentro de un personaje, le oyes el pensamiento , y cuando Pou se fuma el puro de Orson Welles, tú saboreas la calada. Y el director ha de estar ahí para cogerlo, cosa que, desgraciadamente, no sucede en el caso de «Get Low», un buen argumento, unos actores prodigiosos, pues, además de Duvall está Bill Murray, el actor que siempre lleva la máscara al revés..., y u n resultado endeble, desvaído . Lo que debiera haber sido un óleo feroz, se queda en una acuarela vistosilla. Pasiones terribles, pasados tormentosos, pecados, arrepentimientos, perdones... , una historia encrespada que se resuelve en un subeybaja de tobogán. De «Get Low» puede uno quedarse con la máscara de Robert Duvall, la de un eremita que abandona su purgatorio, y la de Bill Murray, un enterrador muy vivo. Lo demás es, literalmente, un funeral lleno de trampas.
Pou nos revela en la película «Máscaras» que la memoria es la inteligencia del actor, y que es algo así como la gomita de la máscara, la que sujeta al personaje en el rostro... Poco a poco, mediante ese tiempo de reflexiones y ensayo, se ve cómo Pou se traviste de Welles , se busca a sí mismo huecos y ventanas por las que asome el otro. Es una película curiosa, insólita, que también deja entrever los mil demonios de los grandes actores, que nunca se acaban de quitar de encima los «cadáveres» de mil personajes enterrados en ellos y a los que siempre les cabe uno más. La del actor es, de todas, la impostura más digna de festejo, y por supuesto la única que debería de permitirse en la obra, sea de cine o de teatro.
Lamentablemente, la impostura en el cine se suele dar y alabar mucho más allá de sus intérpretes. Es el caso del francés Bruno Dumont, cuya máscara de fustigador de salones se le ha caído a los pies. El director de «29 palmas» o «Flandres» ha presentado a competición «Hadewijch», u n impresionante delirio teológico con tanto empaque intelectual y cinematográfico como el rincón de las escobas . Y el caso es que su historia hubiera podido resultar como comedia negra: la de una novicia que deja el convento y en su acalorado amor a Dios cae en manos de un islamista que la convence de que lo suyo es lo de la bomba. Lo mejor, lo más cinematográficamente conseguido por Dumont, es su trasvase teológico: la novicia se toma un té con el colega islamista y lo ve todo claro y nuevo. Llegados a un punto, uno piensa que «Hadewijch» no es más que un elogio de la sandez ; un a ver cuál se me ocurre más gorda. Claro, uno piensa en Bergman, en Tarkowski, en Dreyer..., en todos aquellos que han reflexionado sobre el peso y la carga de Dios, y le dan ganas de mandar a Dumont a leerse un libro o dos.
Jarmusch y el control
Lo de Jim Jarmusch podría resolverse de un modo parecido a lo dicho de Dumont, pero... Hoy se ha proyectado «Límites del control», la película que ha rodado en Madrid, Sevilla y algunos parajes de Almería, y da un poco de grima el ver a un director como mínimo ingenioso, al menos alguna vez, que aquí no se le ocurre nada de nada. Un macguffin tontorrón (a un hombre con pinta de sicario le encargan algo...) se desinfla entre cuestiones banales (¿usted no habla español, verdad?) y de gran calado filosófico (la vida es una mierda). La aparición de Óscar Jaenada poniéndole al tipo (Isaach de Bankolé) cuatro o seis cafés, o la de Luis Tosar en plan Mortadelo y Filemón, o la de Gael García Bernal, Tilda Swinton o John Hurt no hacen más que desvelar la astracanada que sujeta la película.
En fin, que mientras Josep Maria Pou se incrustaba la máscara del personaje ante la mirada de todo el mundo, otros aprovecharon para desenmascararse a sí mismos .
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