José Mota: «Había que mover ficha»
El cómico cambia de registro al convertir su agonía en un show en «La chispa de la vida», lo último del cineasta vasco
josé eduardo arenas
Una persona querida, un artista en evolución y un perfeccionista hasta el hartazgo. Así es la revelación cinematográfica del año: «Juan, mi compañero de Cruz y Raya, se quejaba con razón de que nunca me sentía satisfecho con la última toma y quería repetir. Aunque ... también me dejo llevar por la inteligencia emocional y el instinto», confiesa José Mota.
–Perfeccionista e inconformista, ¿no?
–Pues sí. Esta experiencia me ha hecho sufrir mucho y disfrutar con la misma intensidad. El inconformismo está bien hasta cierto punto, pero cuando se convierte en obsesión tienes que saber decir basta, porque si compruebas que estás consiguiendo que algo se pueda mejorar, no paras. Forma parte de mi personalidad y me temo que no cambiaré. Tengo la suerte de que disfruto haciéndolo.
–¿En qué momento decidió aceptar la oportunidad de trabajar con Álex de la Iglesia, a quien admira?
–Desde que supe que era un lujo el poder emocionar, pasando de la sonrisa o la risa, a algo emotivo y de su mano.
–Pues ha conseguido que no veamos al Mota televisivo desde la primera escena.
–Había que mover ficha. El contraste es mayor, porque vengo de hacer un programa de humor para todos los públicos y, por el contrario, esta película es un carnaval dramático y, sin embargo, esperanzador, que deja buen sabor. Tiene un barniz dulce, porque se habla también de la esperanza, de que no todo vale, de que la dignidad merece la pena mantenerla.
–¿Qué ha conseguido Álex?
–Una película necesaria en estos momentos de tanto «vociferío» político discutiendo si estos han hecho cosas peores que los otros, o intimidades sobre quién ha estado con quién. Supongo que todos tenemos un límite de aceptación y la gente lo sabe. El día en que ese límite suba como una gota de aceite en el agua, no lo va a parar nadie.
–¿Cómo es Salma Hayek?
–Una compañera maravillosa, de una generosidad impresionante, tuvimos química desde el kilómetro cero. Su personaje es clave para la película: alguien que lucha para que su marido, o sea yo, no pierda la dignidad.
–Tarea complicada en una época con tantas crisis (económicas, de valores y familiares), y con una sociedad voraz y todavía consumista…
–Yo creo que todo esto que pasa no es un cachorrito de perro al que hay que educar, hablamos de un dragón enfurecido. Las cosas ocurren por una razón, en el mundo y en nuestras vidas. Incluso ahora las crisis traerán cosas buenas. Me siento positivo ante el reto de querer salir adelante.
–¿Qué es lo peor de la situación que denuncia «La chispa de la vida»?
–Lo peor es que dormitamos ante algo que no es flor de un día. Y es como el minutero del un reloj, que se va moviendo y no lo percibes. Con esa suavidad ha estado invadiéndonos la aceptación de la pérdida de dignidad en cosas tan obvias que no deberíamos haber permitido. Pero ¿quién gobierna estas cosas?
–En este sentido, su personaje tiene muchas lecturas, incluso por el hecho de la mala suerte de quedar clavado por una vara de hierro en la cabeza, casi una crucifixión, sin poder mirar hacia los lados. Es una máscara observando a otras máscaras.
–Cierto. Mi humilde opinión es que estamos viviendo una vida que no nos da tiempo a digerir. No nos paramos a estar solos con nosotros mismos ni un minuto.
–¿Está seguro de que nos queda capacidad para dilucidar algo así si cruzamos la Gran Vía por donde no hay semáforos?
–Todos somos responsables. Nos llenamos de todo y no disfrutamos de lo básico. Nos hace falta más que el comer tener tres plasmas en casa para ver la tele mejor que nadie. Nos rodeamos de un montón de cosas y eventos solo materiales. Necesitamos el ruido para no vernos. Hay terror al silencio, porque hay cosas que tenemos que echarnos en cara, que decirnos, y somos cobardes ante la opción de escuchar. Si ya no estamos a acostumbrados, ¿se imagina el descubrirlo de repente? Habría suicidios.
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