ojo de halcón
Romería (armada) de ministros
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Iniciar sesiónJuanma Moreno se quejaba días atrás de la «romería de ministros» en Andalucía cada fin de semana. No se quejaba de que vengan, claro, que hasta ahí se les podría incluso alabar el gusto si viniesen por comer bien y darse un paseo por lugares ... únicos. Moreno se queja de que «vienen a Andalucía para insultar al Gobierno andaluz» y además «a incorporar nuevos bulos a la política». Lo de la romería está bien tirado. Sólo el fin de semana anterior, tomaron el AVE, o el Falcon, el propio presidente Pedro Sánchez, María Jesús Montero con la carga completa de Duracell, la ministra de Transporte que nadie recuerda cómo se llama... y todos, como adoctrinados por el Sr Miyagi, a dar cera, pulir cera.
María Jesús Montero, titular del Ministerio de Billón Arriba Billón Abajo, empieza a parecer la líder de la oposición andaluza. Omnipresente. El último fin de semana de febrero, antes del Día de Andalucía, estuvo en Mijas y Linares; al final de la semana siguiente en Osuna, viniendo de Granada; nuevo fin de semana y ahora en Huelva, viniendo de San Fernando, mientras Yolanda Díaz estaba en Cádiz y Luis Planas en La Roda; este final de semana, Iceta en Sevilla, y Bolaños en Palma del Río viniendo de Antequera, con Diana Moran en Granada y Marlaska en Cádiz, que este fin de semana de comité federa pasa por Almería en tanto Yolanda Díaz está de escucha en Sevilla. Santa Justa Transfer, frenética como el Manhattan de John Dos Passos. Y no es raro. Si la batalla andaluza es clave para el examen nacional, lo raro no es que vengan ahora a dar la batalla sino el largo periodo de desidia con que se han desentendido de Andalucía, como si quisieran alejarse del batacazo de la izquierda aquí para que no les salpicara, al precio, eso sí, de abandonar a los suyos. Ahora se han puesto las pilas por sus intereses electorales.
Por eso decía María Jesús 'Billón Arriba Billón Abajo' Montero, que «me van a ver mucho» para vender cómo el Gobierno de España mejora la calidad de vida con sus competencias «y denunciando y reclamando que el Gobierno andaluz cumpla con la suya». El espíritu de la romería. Eso sí, tal vez algunos ministros deberían cuidar algo más las formas sin venir como colonos belgas en el Congo, algo que nunca se atreverían a hacer en Cataluña o Euskadi, y otras tantas comunidades.
Irónicamente el alcalde de Granada y el alcalde Huelva, dos de los que pelean por no perder la vara de mando, han planteado sus precampañas sin las siglas del PSOE. Eso sólo tiene una interpretación posible: se convicción de que las siglas restan. Lo que da para preguntarse: ¿Cuánto agradecerían algunos alcaldes no recibir muchas visitas de ministros de Sánchez?
En este clima, la izquierda está plantando cara –y seguramente rebajando ya algo el exceso de confianza que se estaba viendo en el PP, como si el 28M fuera un bis del 19J del año anterior– con la certeza de que deben cargar y cargar con la Sanidad. Una apuesta lógica. Hay muy pocas cosas con potencia sísmica para sacudir las placas tectónicas del tablero político con un terremoto electoral, y sin duda la Sanidad es la mejor baza. Tiene dos ventajas: el sistema siempre arrastra deficiencias, listas de espera, demoras; y los ciudadanos, que usan la sanidad antes o después, pueden ser sensibles a los mensajes tremendistas bajo el malestar de haber sufrido esas disfunciones. De ahí que la oposición siga con la milonga de ¡privatización! ¡privatización! a sabiendas de que es falsa. Pero si es rentable ¿a quién le importa la verdad? Parafraseando la máxima napoléonica, en las elecciones, como en las guerras, la primera víctima siempre es la verdad.
Así que apenas dos días después de firmar el Pacto Social, que incluye más de tres mil millones para la Atención Primaria, los sindicatos se manifestaban ante la consejería por la Atención Primaria. Poco antes les habían advertido los partidos de la izquierda, sobre todo la extrema izquierda, que los sindicatos no están para hacerse fotos con la derecha, sino para atacar a ésta desde las trincheras. Y así se ha impuesto que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha: con una se firma el Pacto con la estilográfica de lujo, y con la otra se levanta la pancarta o se agarra el megáfono. En el Gobierno andaluz saben que el fuego graneado no va a remitir, ya con el tono mesurado de Inma Nieto, ya con el timbre de la 'portacoz' socialista, Ángeles Férriz, clamando ¡corrupción sanitaria! como cara de haber visto al diablo o como mínimo el espectro fantasmal de Sor Úrsula. Lo decía el presidente, seguramente menos tranquilo de lo que exhibía en su tournée catalana, es «muy típico en campaña electoral este tipo de polémicas para desgastar al adversario». En las elecciones, como en la guerra, vale todo... o al menos empieza a parecer que sí.
Es la guerra... y el Guerra, porque Alfonso Guerra ha irrumpido desde el prólogo de la nueva edición de 'La España en la que creo', ejerciendo de mosca cojonera poco dispuesto a claudicar ante Frankenstein, como hace el partido bajo esa idea de que los presidentes son infalibles como los papas de Roma. Guerra no se tapa: «El cambio más profundo se ha producido en el PSOE, que ha renunciado al socialismo liberal en el que se había apoyado durante toda su historia para apoyarse sobre una mezcla de radicalismo y oportunismo populista». Ahora que Sánchez Gordillo se va, después de estar en el cargo más tiempo que Franco, no está de más recordar que el PSOE en otro tiempo fue otra cosa, no necesariamente acertada, pero otra cosa.
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