ojo de halcón
¿Cuánta estupidez necesita la sensatez? (Aquí hay tomate)
Si una ministra gala acusa a la agricultura española 'bio' de falsa no se le invita a una cata de tomates
Finalmente, tras una conversación telefónica, el presidente de la Junta y la ministra Teresa Ribera han acordado colaborar en desarrollar conjuntamente «acciones que garanticen la normalidad en verano». ¿Esto era tan difícil? Como sucedió con Doñana, donde fueron meses y meses de una áspera disputa ... a cara de perro para acabar en un paseo bucólico por las marismas, parece que de nuevo ha sido necesaria una larga tensión llena de provocaciones mendaces para acabar telefoneándose y ponerse en sintonía como dos tortolitos de los de «cuelga tú», «no, no, va, cuelga tú». ¿Pero de verdad todo esto es necesario?
Es ya inevitable preguntarse ¿cuánta estupidez es necesaria para llegar a la sensatez? Porque parecen actuar con una metodología: exprimir los réditos del conflicto hasta que ya no se puede estirar más y necesitan los réditos del consenso.
Así que pocas horas después de ver a la ministra Ribera en Andalucía presumiendo de gestión eficiente a diferencia de la Junta, reuniéndose con dirigentes socialistas pero ignorando a los representantes institucionales si son del PP, ridiculizando el desconocimiento del presidente andaluz.... y pocas horas después de que la Junta siguiera con su argumentario oficial de sus inversiones de cientos de millones mientras el Gobierno no sólo no ayuda sino que hay que hacerles desde la administración autonómica lo que les corresponde a ellos... resulta que los dos se hacen una llamadita y ahora sí están en condiciones y dispuestos a «avanzar en la colaboración, cooperación y coordinación para sacar adelante los proyectos pendientes«. ¿Eran necesarios cinco años de sequía, dos muy extremos, para llegar a este punto? ¿No podían haber hecho esa llamadita antes?
Un ciudadano, más allá de sus simpatías, sólo puede ver esto como un fraude chusco. Sabemos, como advierten los expertos del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que «la actual sequía está siendo muy intensa y muy prolongada; nada que ver con la de los noventa» y que la situación va a ser crítica si no hay una primavera muy lluviosa. Aún nadie en la Junta ha explicado por qué «las fiestas de primavera» son una frontera para tomar medidas; y desde luego en el Gobierno, y sus partidos en Andalucía, tampoco han justificado la beligerancia en lugar de estar acelerando y ejecutando proyectos. Para este verano sólo se pueden adoptar soluciones extremas.
Este espectáculo —al que se suma la oposición en Andalucía, que en lugar de exigir este consenso, y trabajar para que se produzca, han tratado de aprovechar la tensión para hacer electoralismo de tres al cuarto, previsible en los partidos de los dos extremos pero asombroso en los socialistas tras gobernar durante décadas— deja un regusto no ya amargo sino indignado. Resulta que bastaba una llamada de teléfono y ya estaban ahí los dos comunicados idénticos, pactados de buen rollo, coincidiendo en la necesidad de «avanzar juntos» ante la amenaza de la sequía. ¿Ahora? Dan ganas de decir aquello de Fernán Gómez que se quedó instalado en la memoria colectiva: ¡A la mi...!
Rojos como tomates
Ségolène Royal ha demostrado ser la petarda que siempre se intuyó, sobre todo tras aquel debate presidencial de 2007 en que Sarkozy la dejó retratada, como Tyson en sus días dorados, desde la primera tanda de golpes. Por supuesto llegó a ministra de la parte ecológica. Es un perfil entre Yolanda Díaz y Carmen Calvo. Y tiende a olvidar la advertencia de Twain: es mejor estar callado y quizá parecer limitadito, que abrir la boca y demostrar inequívocamente que eres tonto. Ahí queda el tonito petulante en sus críticas a los tomates andaluces, que casi con seguridad se referían a tomates marroquíes, el 50% del mercado francés, pero una socialista francesa siempre llamará «tomate español» al marroquí para ser políticamente correcta.
Claro que Ségolène Royal no sólo dijo que eran incomibles, asunto en el que allá ella con sus gustos, sino que «los bio españoles son falsos», y esa no es una acusación que pueda tomarse a humo de pajas. Si una ex ministra francesa acusa a la agricultura 'bio' española de ser falsa, no se le invita ni se hace una cata de tomates, sino que se la desmiente categóricamente. La respuesta de Sánchez e incluso de Luis Planas, con su cata de tomate como aquello de la consejera Clara Aguilera en la crisis de los pepinos, ha sido de un naif ridículo. Ante eso, un día después Ségolène Royal volvía a la carga con un texto para desacreditar el bio español.
Ante la reacción ridícula del presidente del Gobierno, invitándola a disfrutar de una tomatada, ha tenido que salir el sector ecológico español –Álvaro Barrera, presidente de Ecovalia, asociación que aglutina a 17.000 productores 'bio' españoles– para anunciar que llevan esa declaración a la Fiscalía General del Estado y emprenden acciones legales ante la Comisión Europea al considerar que sus declaraciones vulneran el Derecho Comunitario. Lo lógico. ¿Dónde estaba el Gobierno?
Tal vez el sanchismo, de tanto coquetear con Junts y Bildu, mientras unos llaman prevaricadores a los jueces y los otros hacen homenajes a etarras sanguinarios, crea que a la socialista francesa hay que amnistiarla sin más. Pero la producción de invierno se acumula por el boicot francés y las pérdidas son importantísimas mientras se hunden los precios, y no basta con decir lo obvio: que nuestros tomates, en su mayoría andaluces, pueden ser insuperables, ya sea un raf almeriense o uno rosa de Conil, un huevo de toro de Málaga o un amela granadino, un tomate azul o un 'bombón colorao' de Los Palacios.... Un presidente de Gobierno español no puede reaccionar con sonrisitas invitando a probar esos tomates, sino defender al sector con determinación.
En fin, lo dicho, a veces sólo dan ganas de decir aquello de Fernán Gómez: ¡A la mi...!
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