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Sagrada claridad

Cádiz va mucho más allá de los cuplés o los pasodobles que escriben los que unen la cursilería con la demagogia podemita

Francisco Robles

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«La luz lo malo que tiene / es que no viene de ti…» Es inevitable recordar estos versos de Pedro Salinas ante el Contemplado. Así llamaba el poeta de La voz a ti debida al mar que hoy extiende sus alas de sal sobre el ... horizonte que rodea la cintura de Cádiz. El abrazo está marcado por el deseo de la marea que deja jirones de espuma en los muros del baluarte de la Candelaria, uno de los lugares más hermosos del planeta. La luz cae vertical y oblicua al mismo tiempo: así es el mediodía de diciembre. Es la misma luz que nos descubre la maravilla del mundo y de la existencia, del tiempo regalado: lo único que de verdad tenemos. Todo está ahí, la fachada barroca de la Catedral, las calles tiradas a cordel, la gracia del habla que nos asalta mientras recorremos este territorio habitado por los siglos, las plazas abiertas y el olor a freidor que nos abre las ganas de vivir. Todo estaba ahí, pero hacía falta esta luz para que los ojos se deslumbraran con el alfiler del asombro.

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