Sagrada claridad
Cádiz va mucho más allá de los cuplés o los pasodobles que escriben los que unen la cursilería con la demagogia podemita
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Iniciar sesión«La luz lo malo que tiene / es que no viene de ti…» Es inevitable recordar estos versos de Pedro Salinas ante el Contemplado. Así llamaba el poeta de La voz a ti debida al mar que hoy extiende sus alas de sal sobre el ... horizonte que rodea la cintura de Cádiz. El abrazo está marcado por el deseo de la marea que deja jirones de espuma en los muros del baluarte de la Candelaria, uno de los lugares más hermosos del planeta. La luz cae vertical y oblicua al mismo tiempo: así es el mediodía de diciembre. Es la misma luz que nos descubre la maravilla del mundo y de la existencia, del tiempo regalado: lo único que de verdad tenemos. Todo está ahí, la fachada barroca de la Catedral, las calles tiradas a cordel, la gracia del habla que nos asalta mientras recorremos este territorio habitado por los siglos, las plazas abiertas y el olor a freidor que nos abre las ganas de vivir. Todo estaba ahí, pero hacía falta esta luz para que los ojos se deslumbraran con el alfiler del asombro.
Íbamos a escribir de las trifulcas originadas por el carnaval que se está comiendo a Cádiz. Como si la ciudad que cuenta los años por siglos, y los siglos por milenios, se redujera a un carrusel de coplas donde el ingenio brilla -roca volcánica que se asoma al océano- en medio de la morralla. Es el mal que aqueja a esta Andalucía que algún día tendrá que salir del caciquismo cultural al que la han sometido durante demasiados años los señoritos de antaño y los de hogaño. Sevilla es mucho más que el capillismo que ha tomado la ciudad con sus conflictos de horarios e itinerarios, con sus pregones almibarados y sus carteles mil veces repetidos, como Cádiz va mucho más allá de los cuplés o los pasodobles que escriben los que unen la cursilería con la demagogia podemita. Y ahora que nos den la leña que quieran, porque de eso se trata. ¿O es que los encargados de criticar a todo lo que no concuerde con su ideología hemipléjica, vulgo populismo de conveniencia, no van a soportar que se les dé de vez en cuanto un puntacito en ese orgullo rancio que los lleva a identificarse con la verdad del pueblo?
Frente a ese reduccionismo de la cultura falsamente popular, la luz que cae como un verso de Carlos Edmundo d’Ory, el poeta que se baja del pedestal en su monumento a la gracia y la rebeldía, a la independencia que hoy les falta a los carnavaleros. O los relatos de Quiñones, ese maestro a la hora de componer un mundo con media docena de páginas que siguen oliendo a la tinta de lo recién hecho, la que sale de la pluma estilográfica que el genio supo ver en el castillo de Santa Catalina. O la Lola Piconera de Pemán, que se inspiraba en aquel carnaval que no había caído en las manos de los que quieren vivir del cuento sin haber escrito nada.
Regresar a Cádiz es fundirse con esa sagrada claridad que alumbra el mundo por dentro y le saca los perfiles de la piedra ostionera a la belleza. Sucede lo mismo que pasa con el amor. Todo estaba ahí, al alcance de la mano y de los ojos, pero sin amor no somos nada, que decía San Pablo. La luz lo bueno que tiene, es que viene de ti, que eres capaz de darle la vuelta al verso de Salinas en la sal que te cubre y te vertebra. Sagrada claridad en el invierno convertido en primavera por la luz y el amor. Y luego dicen que el paraíso no existe a orillas del Atlántico…
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