Mater amantisima
Hoy es su día. El día en que se celebra el milagro de la concepción, de la vida que siempre vence a la muerte
Será la edad, que nos vuelve tiernos cuando se encienden las luces de la memoria en esta Navidad anticipada por la voracidad de un consumo que ya no va con nosotros. Serán los años, que pesan de forma paradójica en esa levedad del tiempo que ... pasa sin que te des cuenta, como si la vida fuera el soplo que los clásicos definen con tres palabras: in ictu oculi. Todo se va en un abrir y cerrar de ojos. Tus pupilas niñas se abrieron al asombro cuando ella te dio a luz, y los suyos se cerraron del todo cuando le diste aquel beso frío que sigue cortando tus labios con la contumacia inevitable del recuerdo.
Será la experiencia, que sirve para cernir la arena de los días que van sedimentando tu vida hasta dejarla en las piedras que te sostienen sobre la fragilidad de lo efímero. Entre esas piedras, las madres que hoy celebran su día. Inmaculadas para la mirada del hijo, están limpias de toda mancha en la idealización que ellas provocan con su amor desmedido, con su entrega sin relojes, con su ilimitada dedicación a quien le dolió en las entrañas antes de parirlo. Podemos escribir de lo que queramos, pero hoy tenemos que cumplir con este rito que nos permite el periódico que estaba en la mesa de camilla de aquella casa que era su casa. Porque la madre es el hogar, el fuego sagrado, la llama que no puede apagar el viento helado del olvido.
Ahora que celebramos el aniversario de la Constitución hay que echar la vista atrás para rendirle el homenaje de la gratitud y el recuerdo a la figura de la madre, a esas mujeres que consiguieron convertir los años más duros de la posguerra en un afán que tenía nombres concretos en su sacrificio: los nombres de sus hijos. Si no hubiera sido por ellas, España se habría hundido del todo. Sembraron la esperanza en los terrenos baldíos y malditos del odio y del rencor. Manejaban la escasez como ningún economista podría hacerlo jamás. Blindaron la inocencia de los suyos con esa magia que convertía la Navidad en una fiesta, la noche de Reyes en un regalo que nunca tendrá fin. Ellas salvaron a la España que se hundía en la ciénaga de su enésimo fracaso.
Si siguiéramos su ejemplo, el planeta luciría como los chorros del oro, los mares estarían limpios y escamondados, los conflictos se resolverían con besos y con palabras, y la paciencia sería la virtud más utilizada en el trato con los semejantes. No es demagogia, ni es el infantilismo que tanto se lleva en nuestra época. Es la pura verdad. Por eso en este sur de aire caliente y pasiones encendidas las madres son la Madre. Lloran bajo los palios del cielo que nos protege, sonríen por dentro sin que les importen las joyas ni la orfebrería que las rodea, y convierten ese dolor metafísico en la ternura que siente quien se acerca a besar sus manos.
Hoy es su día. El día en que se celebra el milagro de la concepción, de la vida que siempre vence a la muerte, del desgarro íntimo que es la verdadera y única creación a la que puede aspirar el ser humano. Cada una lleva su nombre, sus orteguianas circunstancias, sus fechas grabadas en una lápida o en la ceniza que nunca aventará el cierzo inmisericorde de la nada. Pero hay algo que las une a todas. Son las madres. Y las madres, a las Madre son iguales.
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