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El maestro

Tenerte cerca fue siempre tener cerca la sabiduría, la cultura cuasi infinita

Mannuel Cadaval Gil, en una fotografía de retrato ABC
Antonio García Barbeito

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Con cuánta razón puedo decirte lo que supe por ti que San Agustín le dijo a Dios: «sero te nobi, pulchritudo tam antiqua et tam nova.» Porque te conocí tarde, aunque en los tres años que estuve junto a ti aprendiera más que en todos ... mis años anteriores. Tu enseñanza era divertida —jocoserio profesor, te llamé un día—, amena, ejemplar, profunda y cariñosa. Y así, siempre que hablábamos o nos escribíamos. Filosofía, historia, música, canto, anécdotas… Latín, griego, inglés, francés… Billar, ajedrez, fútbol… No te arrastraba, como a mí, la poesía, aunque te sorprendieron las metáforas del primer Hernández, con tantos sonidos de Góngora. Y el flamenco, poco. Hasta que un día te dio por acercarte y aprendiste más que cualquiera. Eras la inteligencia, la listeza, la curiosidad, la luz. No he conocido a nadie con una cultura tan elevada, tan amplia. Tenías para todo, y si me veías preocupado, me decías: «Los problemas o se resuelven o se disuelven…», y añadías el nombre de su autor. Te incluyo en la lista de los grandes pensadores: «No nos queda más remedio que morir o envejecer.»

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