Los dos se llaman Jesús
Termina el año que pasó entre silencios y alborotos, sin fiestas que guardar en la memoria
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Iniciar sesiónEL año llega a su final. Es una rutina, un plazo que se ha de cumplir, un rito más de los que no nos acordaremos en cuanto lleguen los días con sus afanes. Es algo que contemplamos con el brillo en la mirada, aunque sepamos ... que cualquier detalle puede cambiar la percepción que teníamos de la realidad. El año se va, se marcha, cuando la realidad es mucho más múltiple. Los últimos pliegues de 2021 se deshacen por arte de magia. Suena la música que pondrá todo patas arriba, que animará los corazones más abiertos, que llenará de tristeza el páramo de quien no tiene nada que celebrar.
De pronto, como si se hubiera dado cuenta el Creador del tiempo, se unirá alguien a esta fiesta de contrarios. Todos los años pasa lo mismo, lo que sucede es que no nos damos cuenta del prodigio. Es un niño, un corazón de aspecto pequeño que guarda en su interior lo más grande a lo que podemos llegar los seres humanos. Late con fuerza, como golpeando sin ataduras a quien se detiene a mirarlo. Estalla en un llanto que no comprenden, ni comprenderán, los tibios que miran este mundo con los ojos manchados por la rutina. Y sonríe con esa fuerza que está reservada a los que tienen modelada así su personalidad.
Ese niño es mi nieto. Se llama Jesús, como su padre. Ya puedo decir al final del año que, si me voy de aquí, alguien con menos de seis meses me sustituirá. No será nadie que esté a años luz del que emprenda el viaje definitivo, que no le llegue a su abuelo hasta los zapatos. No. Ese niño es mil veces más despierto que yo. Se nota con mirarlo a la cara, con seguirle el juego, con hablarle mientras se escapan las palabras de unos labios que se reprimen las inmensas ganas de besarlo. Porque ésa es otra, las inmensas ganas de cogerlo entre los brazos y apretarlo contra el pecho, como si de semejante forma pudiera darnos la vida que nos falta.
Está en Madrid, con lo cual su presencia a menudo se sitúa fuera del espacio donde nos encontramos. Tal vez sea mejor así. Porque si está cerca de nosotros, si vamos a su casa cuando queremos y podemos apretarlo contra nuestro seno, no le daríamos tanta importancia a ese momento. Pero conformarse con las fotos y con los vídeos que nos manda nuestro hijo desde su lado, ya es otra cosa. Aprendemos exactamente en qué consiste ser abuelo, cuánto puede llegar a extrañarse a una criatura. Si estuviera siempre aquí, si su madre lo tuviera junto a nosotros…
Termina el año que pasó entre silencios y alborotos, sin fiestas que guardar en la memoria de los que pasan lo mejor de la vida entre ellas. Nosotros seguimos aquí, esperando, queriendo ver el sol que más alumbra cuando todo se apaga por culpa de la enfermedad. Quien nos salva de la destrucción lleva un nombre que también comparten aquellos que hacen todo lo posible para vivir. Cuando lo llamaste con ese nombre, no sabías lo que estabas haciendo. O tal vez sí. Eso pertenece por derecho propio al misterio. A ese campo abierto también deben su razón de ser el padre y el hijo. Por eso se llaman Jesús.
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