PÁSALO

Tiempo de alarmas

Si no aflojan un poquito acabaremos chupando candados

Estamos gastando más electricidad encendiendo alarmas que el gobierno en prometernos que rebajará su coste. Vivimos sometidos al imperio tiránico de las alarmas: desde la climática hasta la sanitaria, pasando por la dietética y la no menos espantosa hecatombe astrofísica por culpa del meteorito. La ... guerra fría resucita marcando tres frentes distintos: el occidental, el ruso y el chino. Y no resultan desdeñables las alarmas que nos advierten que el mundo ha cambiado de orden y avanza con paso firme hacia el pasado. Entre tantas tensiones ajenas a nuestra voluntad sobrevivimos refugiándonos en paraísos de confort que nos recuerden que, en algún tiempo pasado, fuimos felices e indocumentados, como diría Gabo García Márquez. Con tal de que esa felicidad y esa orfandad documental nos saque de este tiempo de tinieblas, de este tiempo de angustias. La nueva alarma, disparada por la OMS sin esperar siquiera a que los científicos se pronuncien en base a sus conclusiones y estudios, se llama Ómicron, la novísima mutación del bicho que se anuncia como más contagiosa y perversa. Insisto: pese a que no ha tenido tiempo la ciencia de indagar, investigar y sacar conclusiones definitivas sobre su clínica.

Es cierto, como mantienen algunos virólogos, que esta mutación es la variante que más se aleja del virus original y eso es suficiente motivo para preocuparse. Pero nunca para desatar el pánico. Repito que faltan investigaciones y análisis para ser concluyentes. Pero este tiempo es de alarmas y si hay una mínima ocasión para apretar el botoncito y multiplicar su intensidad, se hace como si fuera una orden de obligado cumplimiento. Todos a temblar. Como si sonaran las sirenas londinenses de la segunda Gran Guerra y los ciudadanos corrieran desconcertados a refugiarse en los túneles del metro de las bombas nazis. Acabaremos cazando moscas y convencidos de que la tierra es plana. No hay cabeza lo suficientemente armada para sobrellevar esta presión sobre el ciudadano que, ante la apocalíptica feria de alarmas desatadas sobre sus vidas, mira de reojo la saludable cotización en bolsa de algunas farmacéuticas tras el anuncio de una vacuna contra Omicron. Acabaremos chupando candados si no aflojan un poquito…

De la ciencia esperamos siempre la verdad que la política ensucia respondiendo a sus alianzas e intereses a defender. Por eso, a su debido tiempo, nos dirán si el nuevo patógeno es más infeccioso que los otros, si los enfermos tienen mejor o peor capacidad de respuesta y si el señor Omicron escapa al efecto de las vacunas o no. Hay muchas incógnitas como para no preocuparse. Pero, repito, no para poner a reventar la máquina de hacer pánico. Parece que le han pillado gusto a tenernos con el corazón en la boca, como si de esa forma nos controlaran mejor. Cuando la ecuación es a la inversa. Es a ellos a los que hay que controlar, a los que nos aplican métodos de ingeniería social para mantenernos acoquinados y con miedo a vivir. A esos son a los que hay que tener con el corazón en la boca y dejarles bien claro que el miedo infundado se paga, aunque vivan felices en este tiempo de alarmas…

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