PÁSALO

El síndrome del Titanic

Vivimos con la convicción de que vamos directos al desastre

Hace unos años, el ensayista, sociólogo y filósofo polaco-británico Zygmunt Bauman escribió un libro profético. Lo tituló el ‘Miedo líquido’ y describía en sus páginas el llamado síndrome del Titanic. Dicha patología nos remite a la absoluta convicción que tiene la contemporaneidad de que ... vamos derechos al desastre, de que pocas cosas pueden salvarnos de tantas pesadumbres que nos asolan. Desde los contagios pandémicos hasta el giro global hacia un nuevo orden mundial. Muchas de sus sorprendentes revelaciones, casi visiones de un brujo empetado de mezcal, se vienen haciendo realidad con tanto tino que, a veces, por puro instinto de supervivencia, el lector aspira a que yerre y podamos incluirlos en la larga lista de los negacionistas. De los majaretas. Ocurre que, cada vez que avanzas en su lectura, caes en la cuenta de que no todos los que resisten a emborregar sus vidas son negacionistas. Tan solo sapiens con derecho a pensar de otra forma, como nos enseñaron a hacer en libertad cuando el mundo quería serlo, libre y sin riendas.

En los últimos días todo lo que nos llega a través de los medios de información acompasa las previsiones de Bauman, encajando en el libro como un pestillo en el cerrojo de la cancela. Uno no sabe si es un producto más de esa infatigable fábrica del miedo que se puso en marcha con fines inconfesables durante la pandemia o, realmente, obedece a leyes inexorables del mercado y de la economía que nos superan. Me refiero, para no cansarlos más, a ese rosario de angustias que se engarzan con las cuentas insoportables de la carestía de la vida, la depresión energética, el desabastecimiento de los mercados y, para que suene la música de los cuchillos de la película de Hitchcock, el anuncio de un posible apagón eléctrico. Tanto este periódico como otros de idéntica fiabilidad informativa se han hecho eco de las prácticas que en Austria, desde el ministerio de Defensa, han dictado a la población para entrenarlas (o entretenerlas) en qué hacer cuando llegue el día de la oscuridad absoluta. En Suiza también han creído oportuno ver probable ese día de tinieblas y han empezado a aleccionar a los ciudadanos.

Jalogüin es la transgresión festiva de los terrores y la muerte. El miedo que sigue haciéndose pandémico hace mella en una población que, según los científicos que estudian las secuelas de este tiempo de zozobras, ha elevado el número de casos de ansiedad, depresiones y suicidios, en relación directamente proporcional al escenario de terror que se ha vivido con la crisis sanitaria. ¿Las consecuencias indeseables del nuevo teatro mundial con la crisis energética agravará el estado emocional de estos años? Vivimos con el síndrome del Titanic en lo más profundo del corazón y, créanme, el mejor disfraz para el día de la calabaza no es el del Juego del Calamar, que ha sido el más demandado. Somos nosotros mismos, sujetos pacientes de un mundo en cambio y hostil que ya nos lo dibujaron en el foro de Davos: tendréis menos y seremos más felices… algunos mucho más que el resto. Si vienen a por lo nuestro, deberíamos mostrar más rebeldía que la fatalista actitud de los violinistas del Titanic y empezar a vitorear la carga de la caballería polaca...

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