Ortiz de Lanzagorta
Nada de lo que sonara a Andalucía le fue ajeno
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Iniciar sesiónEL tiempo no solo devora a sus hijos. También suele ocuparse, de camino, de la memoria colectiva, para dejar en el museo del olvido a muchos de los que nos precedieron. Gente que brillaron, como el sol sobre la cal de una pared, en su ... paso por la vida, no pocas veces ejerciendo de verdaderos pioneros. Se cumplen ahora los veintidós años del adiós pronto, inevitable y doloroso de José Luis Ortiz de Lanzagorta. Me cuenta Amalia, su hija mayor, que la ciudad sigue siendo leal a sus peores costumbres, una de ellas el dar por amortizados a sus personajes peleados con el abrazafarolismo, el coro de agradaores y las relaciones amisteladas y empalagosas con el poder. Ninguna de estas condiciones de nuestra humanidad más local las explotó Ortiz de Lanzagorta para llevarse con la ciudad. Y es posible, digo que es posible, que aquel «sí» que pronunció momentos antes de irse de este mundo, fuera un juramento reafirmando la lealtad a sus ideas y a su compromiso. Un sí que estaba pintado en la Andalucía que soñó, peleó e investigó para descubrirnos muchas cosas. Un compromiso que en los años previos a la transición, cuando los grises corrían tras los rebeldes y no como ahora que son los rebeldes los que hacen correr a la policía, firmó con la literatura y la política. Ortiz de Lanzagorta formó parte de aquel exuberante y frondoso árbol del conocimiento y la creación, integrando la nómina rompedora de la llamada Nueva Narrativa Andaluza, que nos dejó sus mejores páginas durante la década de los sesenta y setenta.
Firmó artículos en «Tierras del sur» y «El Correo de Andalucía», habló por los micrófonos de Radio Popular, dio conferencias para darle luz a la oscuridad del cuarto donde encerraron parte de un pasado inasumible por el viejo orden, poniendo en circulación sus investigaciones historicistas, hasta dar con nombres, hombres y símbolos de un andalucismo enterrado bajo la escombrera de lo prohibido. Fue él de los primeros que escribieron sobre un tal Blas Infante, nos presentó a Hércules y sus leones y escribió pasajes deliciosos de una Andalucía que soñaba en verde como la albahaca y en blanco como algunas de nuestras páginas por escribir. Dos novelas suyas, «El aplazamiento» y «Las cigarreras», lograron que nos conociéramos un poco más a nosotros mismos, hallando señas de identidad que estaban bajo tierra y arrestadas por orden gubernativa. «Blas Infante, perfiles de un andaluz» decanta parte de sus esfuerzos de documentación e investigación para devolverle la vida al notario de Coria. Yo lo recuerdo grave en su aspecto, con la voz ronca del locutor de Radio Reloj, paseando por los pasillos de la facultad de Ciencias de la Información de Madrid en compañía de Juan Teba, Pilar del Río y Paco Millán, aquella facultad que se preciaba de no tener un solo metro cuadrado de superficie en sus paredes sin una invitación a la rebelión y a la insumisión.
Cristiano de base, amante de nuestra Semana Santa, apasionado del flamenco, amigo de Mairena y Naranjito, traductor de «La pasión según Sevilla» de Joseph Peyré, nada de lo que sonara a Andalucía le era ajeno. Por eso no he querido darle chance a la memoria para que nos traicione o nos hiera por olvido. Aquel profesor que enseñaba a saber y no a odiar, formó parte de una generación que, con su ejemplo y pelea, se ganó el derecho a ser recordados como los pioneros de una transición que hoy quieren invalidar una banda de insolventes morales e intelectuales. El fervor andaluz de Ortiz de Lanzagorta me lleva a recordarlo como uno de los integrantes de aquel «Compromiso Político» que fue la semilla fundacional del andalucismo, que aglutinó en su antiguo testamento a andaluces de nación, razón y corazón como Manuel Barrios, Antonio Burgos, Antonio Cascales, Jacobo Cortines, Alfonso Grosso, Julio Manuel de la Rosa, Paco Vélez… Hace veintidós años que se nos fue al explotarle tanto corazón como tenía y que le entregó a esta tierra a cambio de saber quiénes fuimos y qué somos. Otra cosa es que sepamos hacia dónde vamos…
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