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Ortiz de Lanzagorta

Nada de lo que sonara a Andalucía le fue ajeno

Felix Machuca

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EL tiempo no solo devora a sus hijos. También suele ocuparse, de camino, de la memoria colectiva, para dejar en el museo del olvido a muchos de los que nos precedieron. Gente que brillaron, como el sol sobre la cal de una pared, en su ... paso por la vida, no pocas veces ejerciendo de verdaderos pioneros. Se cumplen ahora los veintidós años del adiós pronto, inevitable y doloroso de José Luis Ortiz de Lanzagorta. Me cuenta Amalia, su hija mayor, que la ciudad sigue siendo leal a sus peores costumbres, una de ellas el dar por amortizados a sus personajes peleados con el abrazafarolismo, el coro de agradaores y las relaciones amisteladas y empalagosas con el poder. Ninguna de estas condiciones de nuestra humanidad más local las explotó Ortiz de Lanzagorta para llevarse con la ciudad. Y es posible, digo que es posible, que aquel «sí» que pronunció momentos antes de irse de este mundo, fuera un juramento reafirmando la lealtad a sus ideas y a su compromiso. Un sí que estaba pintado en la Andalucía que soñó, peleó e investigó para descubrirnos muchas cosas. Un compromiso que en los años previos a la transición, cuando los grises corrían tras los rebeldes y no como ahora que son los rebeldes los que hacen correr a la policía, firmó con la literatura y la política. Ortiz de Lanzagorta formó parte de aquel exuberante y frondoso árbol del conocimiento y la creación, integrando la nómina rompedora de la llamada Nueva Narrativa Andaluza, que nos dejó sus mejores páginas durante la década de los sesenta y setenta.

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