Sol y sombra
Tres eran tres
Cuidar a los sobrinos durante un fin de semana es un durísimo test de estrés para las finanzas y una hazaña logística
Se explicaba en los albores de la autonomía por qué los trabajadores (¿?) de la primera generación de chupatintas de la Junta, cuya productividad no era –ni es– lo que se dice colosal, eran todos ateos: «Es inconcebible que exista una vida mejor». El chascarrillo podría ... ampliarse hoy al ejército de asesores que pastan del erario alrededor de cada cargo o carguito, esos 'portaborse' que retrató una legendaria película protagonizada por Nanni Moretti, pero también a las parejas sin hijos que campan –campamos– en el edén de tranquilidad y holgura financiera del que han sido expulsados las víctimas de la mayor estafa global de la posmodernidad: la (muy mal) llamada conciliación familiar.
El 'baby sitting' de tres sobrinos durante unos cuantos días supone una expulsión súbita, por suerte reversible, de esa realidad paradisíaca que es la vida sin niños. O, si lo prefieren, un descenso exprés al infierno de estruendo y gasto desaforado que propician los angelitos, huracán desatado que disparata los nervios y arrasa los bolsillos. En casa, por suerte, podemos ir al supermercado sin mirar precios, pero bastó una ojeada casual al tique para que saltase la primera alarma: 25 euros sólo en leche y galletas. Empezamos bien el finde, y seguimos con la bajada a por el periódico, que deja en el kiosco otros 20 pavos en cachivaches de plástico y estampitas de Pokemon; una minucia comparada con la excursión al cine, en la que se fuga –cinco entradas, tres paquetes de palomitas gigantes con sus correspondientes refrescos, una carretilla de golosinas, aparcamiento a precio de loft con vistas a Central Park…– el presupuesto semanal en comida de una familia de cuatro miembros.
La cuestión económica, con ser llamativa, no es la peor. Uno gasta lo que tiene o puede o quiere y la inculcación de virtudes como evitar el despilfarro es obligación de los padres. Los tíos hemos venido al mundo para satisfacer caprichos, no para educar en la austeridad. La tragedia se desata cuando uno de los habitantes adultos de la casa debe, por ejemplo, juntar 500 palabras con algo de sentido mientras se interpone en una pelea por el mando de la consola que haría palidecer de envidia al director de escenas de acción de 'Kárate a muerte en Bangkok' o interviene en directo en un programa de radio tratando de no aplastar las tres toneladas de Pringles que yacen esparcidas por el parqué recién acuchillado.
Definitivamente, la crianza es una empresa heroica en cuyo cumplimiento deben desplegarse acrisoladas cualidades pero hoy también, y cada vez más, ingentes recursos. Y esos sacrificios tendrán compensaciones intangibles, o eso cuentan los afectados, aunque seguro que no consisten en que un pequeño primate se te cuele en la cama de madrugada meado hasta las cejas porque los dos hectólitros de Nestea que se ha embaulado durante el día han desbordado la capacidad del pañal. Debe merecer la pena por otras cosas o será que se han conjurado para contar un rollo a ver si convencen a los renuentes y así su jodienda se torna universal.
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