SOL Y SOMBRA
Nova Roma de toda la vida
Al novillero lo jalearon sus paisanos pero el abono se quedó en casa y los turistas miraban con curiosidad zoológica
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Iniciar sesiónCon guasa y ojo urbanístico a partes iguales, alguien propuso el martes, en una tenida organizada por Lola Chaves en el Círculo Mercantil, que esa Nova Roma a la que siempre aspiró a ser Sevilla podría devenir hoy en Nova Las Vegas y hasta en ... Nova Magaluf, según van degenerando las cosas. Puede también que otro de los factores que han coadyuvado al asentamiento del tópico de la ciudad dual sea la ciclotimia perceptiva con la que el sevillano viaja del mejormundismo al auto-odio o puede, tal vez, que algo haya quedado de los colonos latinos de hace veintitantos siglos, pues si la capital de Italia acepta ser 'caput mundi', aquí no cejamos en el empeño de considerarnos como 'umbilicus universi'.
Sin ánimo de lucir pedigrí papalino, no vaya a ser que Nonno Pio se revuelva en su sepulcro, uno conoce lo suficiente las dos ciudades como para percibir alguna coincidencia entre ellas. La palabra «sevillanía», para empezar, ha hecho fortuna entre las élites aldeanas –esa gente feliz de haber nacido en cualquier parte, según canónica definición– a imitación de «romanità», un concepto acuñado por Quinto Septimio Tertuliano que fue rescatado tras el Risorgimento como oposición a la anexión de los Estados Pontificios a Italia. Esa exaltación del hecho diferencial urbano, esencialismo excluyente con frontera en la ronda de circunvalación (¿es concebible la sevillanía en Camas o Dos Hermanas?), agiganta lo propio y empequeñece lo ajeno hasta deformarlo todo.
La procesión del Cachorro en Roma ha sacudido en altibajos el orgullo del capillita sevillano: inflado por la belleza apabullante que produjo –tremenda la talla, grandioso el escenario– pero herido por la indiferencia de los aborígenes. «¡Están locos estos romanos!», exclamaría algún Obélix trianero. Preparado con el esmero del novillero de provincias que torea en Las Ventas para gozo de una claque de paisanos, el cortejo lució precioso ante unos partidarios enfervorecidos… con los abonados en casa porque prefirieron ver tenis por la tele y unos cuantos turistas que caídos por casualidad que contemplaban el espectáculo con cierta curiosidad, sí, aunque más zoológica que estética o religiosa.
Porque, amigo cofrade, sea usted franco consigo mismo. ¿A qué le recuerda esta procesión trasplantada –por mucho que el nuevo marco fuese grandioso– que excita a los devotos desplazados y pasma a los demás (escasos) espectadores? ¿No le trae aromas del pasado 8 de diciembre, cuando los loreños turbaron a la capital con su bulliciosa procesión de la Virgen de Setefilla? ¿Verdad que resultó un poquito cargante ese aquí-están-nuestros-perendengues con el que barnizaron su desmesura? Si escarba en su corazón honesto de abonado en La Campana, admitirá que toleró aquello con cierta dosis de remilgo y un mucho de condescendencia, igual que cuando tuvo que tragarse el vídeo de la boda del hijo de su vecina: sin decir nada para no ofender pero deseando pasar rápido el trago. Pues así quedó Roma, tan parecida a Sevilla, el sábado. «Traer a esta gente… hay que ver las cosas que tiene el señor obispo».
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