SOL Y SOMBRA

My name is Morante

Igual que Muhammad Ali, el torero de La Puebla ha trascendido el arte para convertirse en un potente icono político

Las estupefacientes cualidades artísticas de José Antonio Morante Camacho, 'Morante de La Puebla' para el siglo, lo han convertido en un icono político, escrito sea en el sentido más puro del término. Cada acto o toma de posición del torero puede (y debe) considerarse como ... una intervención en el debate público, lo que él logra sin siquiera proponérselo, igual que un ilustre precursor suyo como Cassius Clay/Muhammad Ali, otro genio que convirtió en bella arte una actividad radicalmente –entiéndase el término en su acepción etimológica– violenta y que, desde el ring, fue un actor decisivo en la historia estadounidense en los años sesenta.

Morante es un dandi marismeño cuyos demonios interiores se desatan en forma de melancolía, y no a través de esos puñetazos rabiosos que asestaba el chico de Louisville, pero su pose desafiante en el balcón del Wellington (batín de seda, piernas al aire y dando sorbitos a una flûte de champán) contienen un mensaje potentísimo, como esos «What's my name?» que un Ali enfurecido le gritaba a Ernie Terrell, un 'Tío Tom' que se había referido a él como Cassius Clay, su nombre de bautismo que el púgil consideraba «de esclavo», y al que propinó una tunda inmisericorde en el Astrodome de Houston. Hay afirmaciones de la identidad, por lo general las más genuinas, que no requieren sesudos análisis historicistas. Estamos ante el personaje más disruptivo, casi punk, del panorama cultural español.

Como Muhammad Ali, Morante de La Puebla toma partido con cada gesto, casi sin necesidad de abrir la boca, y reivindica con la firmeza de los libérrimos lo que desea ser. Y, sobre todo, lo que no quiere ser: siervo de la corrección política que sojuzga a las conciencias hoy con idéntica inflexibilidad que la que mostraban los capataces de los tabacales de Kentucky con sus esclavos negros. Frente al ecologismo desquiciado, he aquí al matador de toros más trascendente de lo que va de siglo XXI; y contra el programa disgregador Sánchez y los nacionalismos periféricos, valga ese beso bienhumorado a la bandera de España con el que saludó a sus partidarios desde su habitación de hotel. Con la mitad de eso, es posible redactar un programa electoral catalizador de una mayoría absoluta.

El poder transformador del artista engagé tuvo un ejemplo luminoso en las elecciones autonómicas de 2018, cuando el régimen cleptómano del PSOE en la Junta de Andalucía se desmoronó gracias a la irrupción en el parlamento regional de Vox, que acopió desde la nada el 11% de los votos y una docena de escaños. Antes de que el partido degenerase en la asquerosa conjunción de meapilas y adoradores de Putin que es hoy, Morante colaboró desde el volante de su furgoneta con aquella campaña micropolítica, ruralista y desacomplejada que lo convirtió en la palanca decisiva del cambio. Con el sombrero calado y puro en ristre, valga el tópico, el torero bajó a la arena para demostrarle a la izquierda caviar en qué lado de la Historia se posicionan ahora los héroes populares. Entre Morante y Greta Zombi, ya me contarán…

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