Sol y sombra
Del enchufe a la desafección
Cuando el votante conoce peripecias personales como la de Gómez de Celis, estalla y se decanta por opciones disolventes
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Iniciar sesiónLo mejor que puede decirse de Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, que gasta nombre de rey y apellido compuesto de noble castellano, es que parece exactamente lo que es. ¿Un vendedor de alfombras del Gran Bazar? No, hombre, no diga eso. ¿Un secundario de teleserie ... sobre los bajos fondos de Medellín? Para nada. ¿Un bailaor de cuadro en un montaje amateur de Tarantos y Montoyas? Podría ser, pero tampoco. ¿Un puntero peronista en una villa bonaerense? Ahí ya nos vamos acercando. ¿Un político tan poco escrupuloso como para facilitar un empleo público a varias docenas de enchufados? Justamente eso.
Miembro de esa generación de políticos que salió del jardín de infancia para montarse en el coche oficial, obviando cualquier proceso de maduración profesional e intelectual, Alfonso Rodríguez Etcétera (Paco Robles) se convirtió en las corporaciones municipales del principio de este siglo en la némesis de Susana Díaz; Zipi y Zape unidos por una formación inversamente proporcional a la ambición de suceder al alcalde Monteseirín. Algún asesor de Griñán esparció en su momento el rumor de que el dedazo del secretario regional del PSOE-A se decantaría «por el primero que rompa a leer», maldad quizá exagerada pero coherente con el carácter del expresidente de la Junta, que micciona cologia. Como ninguno de los dos se animó con la letra impresa, la cuestión se zanjó con la salomónica decisión de nombrar a Juan Espadas. Otro Demóstenes…
Saltando de cargo menor en cargo menor, Celis tuvo tiempo para hacerse con el control de algunas agrupaciones socialistas por el método de procurarle un sueldecito al batallón de partidarios, de grado o mercenarios, que lo mantuvieron a flote durante la travesía del desierto susanista. «Si perdemos las elecciones, hay que dejar sembradas las instituciones para refugiarse cuando gobierne el adversario». Así resumió Iñigo Errejón un procedimiento que la izquierda lleva decenios practicando (¿verdad, amigos de Canal Sur?) y en cuya aplicación se afanó con denuedo el actual vicepresidente del Congreso de los Diputados. Cada vez que llegaba el momento de elaborar las listas electorales, quienes debían a Alfonso el sustento y el pago de la hipoteca hacían valer su peso.
Así, una de las más altas magistraturas del Estado se ve ocupada por quien no atesora otra virtud que la fidelidad perruna al líder (al que toque en cada momento) ni ha cultivado habilidad distinta al manejo de la navaja trapera en el pasilleo orgánico. Con esta gente, que confunde adversario con enemigo y argumento con escupitajo y servicio público con agencia de colocación privada, crecerá hasta las lindes del disturbio la desafección de los ciudadanos por la política. Probablemente, en su ignorancia enciclopédica de aprendices de brujo, sea lo que buscan. Y se extrañarán luego de que el voto joven se decante por opciones cada vez más disolventes.
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