SOL Y SOMBRA
Dar de comer al hambriento
En vez de pedir la hoja de reclamaciones, compró gasolina y prendió fuego al local. Antes, estas cuitas se resolvían a perdigonazos
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Iniciar sesiónPEPE Begines y su mítica banda 'No me pises que llevo chanclas' nunca aclararon si el Chicago mencionado en su primer gran éxito, manifiesto fundacional del 'agropop', era Los Palacios, su localidad natal, o la vecina Dos Hermanas. La canción evocaba los peligros y asechanzas ... en unos callejones oscuros en los que se acumulaban «gatitos muertos de hambre». El miércoles a la caída de la tarde, casi cuarenta años después del lanzamiento del disco al mercado, se despejó la incógnita. En la fértil villa palaciega, el estallido de furia de un comensal cabreado –como Michael Douglas en la película de Joel Schumacher– provocó un incendio y pudo causar una escabechina.
Lo habrán leído en la crónica de sucesos: un tipo le metió fuego a una cafetería porque le negaron la mayonesa que pedía para untar su montadito. «Las bañan en esa mierda», le explica John Travolta/Vincent Vega a su compinche para que éste entienda la repulsión que le producían las patatas fritas que guarnecían su hamburguesa en París («allí lo llaman Le Big Mac»). Pues por un sobrecito de salsa industrial, ¿cómo se puede pedir kétchup en la tierra del tomate?, se puso como se puso un pirado. En vez de pedir la hoja de reclamaciones, optó por el más expeditivo método de comprar un litro de combustible en una gasolinera cercana y fabricar un cóctel molotov con el que prendió el establecimiento. No sólo los médicos de la Seguridad Social deben soportar los desmanes de una clientela volcánica, excusen el adjetivo.
Estas cuitas, antes, terminaban como mucho a perdigonazos, pero este pirómano se ha ganado el derecho a figurar en los anales del disparate contemporáneo, puesto que ha encendido –literalmente– el debate: no es economía ni política ni fútbol. Es algo mucho más grave. ¿Tiene derecho un hostelero a negarle la mayonesa a un hambriento? Átenme esa mosca por el rabo. La moraleja clara es que los empleados tienen dos opciones la próxima vez que alguien quiera salsear su emparedado: servirle lo que les piden o aprender técnicas básicas de defensa personal. Los sindicatos del sector pueden añadirle el plus de peligrosidad a las demandas en la negociación del próximo convenio colectivo.
Por fortuna, uno de los camareros demostró reflejos de comando de operaciones especiales y, extintor en mano, evitó que el episodio pasara de barbacoa improvisada a tragedia griega. Mientras tanto, los clientes –una mezcla heterogénea de señoras con tarta de San Marcos, niños con batidos de fresa y cubateros a deshora– salían en estampida raudos como Jesusito Navas, el 'enfant du pays', cuando subía la banda. El local se llama «Las Postas» y todos los protagonistas hicieron honor al nombre actuando con velocidad. Salió corriendo el antisocial, que venía de Priego de Córdoba –mala leche contra buen salmorejo–, pero no calculó que la gasolina no distingue entre barra, pantalón o antebrazo. Resultado: quemaduras de primer grado, pérdida parcial de la dignidad y detención en plaza aledaña gracias a la Guardia Civil y a dos viandantes con espíritu olímpico.
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