Ad utrumqüe
Enseñar al que sí sabe
Olvidemos pues cuanto sepamos, enseñemos al que sabe a no saber y abracemos la ignorancia, que nos hará libres y aptos para sentar cátedra
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Iniciar sesiónComo tanta gente, Chelo, novelera ella, fue a ver las Atarazanas el mismo día de su apertura al público. Al salir, me envió un audio de guasap con sus impresiones de la visita. Unas cosas le gustaron más que otras -natural-, aunque no supo decir ... si la intervención en general le parecía correcta, porque de ese tipo de intervenciones reconocía no saber nada (como casi nadie, dicho sea de paso, empezando por quienes hacen esas intervenciones). Pero lo enjundioso del audio vino al final. Harta de excusar su profanidad en la materia, Chelo soltó una frase antológica: 'Ya sabes que la gente que no tenemos ni idea podemos opinar libremente de todo lo que no entendamos'. El hallazgo, que no sé cómo no se le ocurrió a Woody Allen para 'Cómo acabar de una vez por todas con la Cultura', tenía un punto socrático. Era lo de 'Sólo sé que no sé nada', aunque seguido de: 'pero me da igual'; es decir, con un toque de siglo XXI. El aserto me resultó de inicio cómico, aunque en seguida caí en que, sin pretenderlo, Chelo había descrito como nadie hasta ahora el relativismo mental vigente, para el que el saber sí ocupa lugar; tanto que, por regla general, sobra. No hay más que darse una vuelta por Tuíter, X o como se llame eso ahora para comprobarlo. Hace apenas unos años, cuando aún vivíamos en la era de la oscuridad y el atraso, resultaba conveniente saber, aunque sólo fuera un poco, para opinar sobre algo. Ahora, no. Ahora es mejor no saber nada. Porque el saber puede ser un elemento tergiversador, un agente contaminante que impregne nuestro parecer de prejuicios y apriorismos. Mejor, por eso, hacerlo desde el desconocimiento total, con la mente despejada y el disco duro vacío de archivos que distorsionen el criterio; con la Razón Pura, a la que ningún Kant le podría hacer hoy ninguna crítica. Sí, toda reflexión resultará más certera si se ejerce desde la tabla rasa de un cerebro a estrenar, limpio de polvo y paja, a ser posible sin haber leído nada, mejor incluso si su dueño no sabe leer, impoluto y con la materia gris oliendo a nueva. A esta misma conclusión (no vayamos a creernos que hemos inventado la pólvora) ya llegó hace tres mil años un tal Gorgias, griego él, quien -cúspide del escepticismo- sostenía que la verdad y la no verdad son la misma cosa, por lo que cualquier pretensión de alcanzarla (la verdad) resulta absurda. ¿Para qué demonios entonces saber nada si en el fondo es imposible, pues lo mismo es una cosa que la contraria, lo cierto y lo falso? Al cuerno, pues, Sócrates y eso de que para enterarse de algo lo primero es reconocer la propia ignorancia. A ver si se nos mete ya en la cabeza que la gente que no tenemos ni idea somos los más capacitados para opinar; y no ya para opinar, también para emitir juicios, dictar sentencias; pontificar... Olvidemos pues cuanto sepamos, enseñemos al que sabe a no saber y abracemos la ignorancia, que nos hará libres y aptos para sentar cátedra sobre la restauración de las Atarazanas, el sexo de los ángeles, la vida en Marte y todo lo demás; en especial, de todo lo que no tengamos ni idea.
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