ad utrumque
Un brindis por el Bar Goma
Su atmósfera era grave, pero con un punto de guasona incorrección
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Iniciar sesiónLa línea del equinoccio que hace poco atravesamos es una alegoría cósmica de esa otra línea del definitivo fuera de juego que todos cruzaremos algún día. Una línea que marca en Sevilla la avenida de San Lázaro. ¿Habrá un nombre mejor para la frontera entre ... la vida y la muerte? San Lázaro es un río Lete de asfalto; la barca de Caronte, un paso de cebra y Caronte, el muñequito verde en el semáforo señalando el camino sin retorno. En Rigor (mortis), en vez de las señales acústicas que avisan a los ciegos para cruzar, en ese semáforo deberían sonar los pitos del silencio.
A un lado de la avenida, el Hades de San Fernando, con sus altos cipreses, el musgo tenebroso festoneando el mármol amarillento y resquebrajado de las lápidas, los ramos de flores en forma de escudo de equipo de fútbol o la chimenea del crematorio despidiendo un humo negro que al ascender se agita cual enlutado pañuelo mientras la nave se aleja del puerto. Otrora, allí estaba también la parada del 13, primero tranvía, luego autobús. Es evidente que a nuestros antepasados se les daba bastante mejor que a nosotros lo del humor negro. Al otro lado de San Lázaro, los que aquí se quedaban cuando los demás se iban: la Viuda de Terry, concesionario Citroen. A su lado, confidente, el Bar Goma, donde a Terry se le unían Osborne, Domecq y González Byass para completar el marco… de Jerez. En su barra me enseñaron eso de 'quien va a un entierro y no bebe vino, el suyo viene de camino', que no es tanto un sortilegio contra lo irremediable como un consejo de amigo. Carpe Diem. Su atmósfera era grave, pero con un punto de guasona incorrección. Junto al café del deudo, un sobrecito de azúcar orlado en negro con una cruz a un lado y, al otro, un lema estampado: 'Aquí se está mejor que allí'. Eso haría del Goma el protomártir de la cancelación. Un alma picajosa se sintió herida y los sobres debieron ser retirados. Pero que allí se estaba mejor que enfrente no había ido a desmentirlo ningún muerto, así que los sobrecitos, como Lázaro, regresaron de la tumba. Fundado, como tantos bares señeros, por montañeses, el Goma era todo esoterismo y simbología. Como tapa estrella tenía la sangre encebollá y, en los últimos años, cerraba a las tres de la tarde, la hora nona. Trasunto contemporáneo de la becqueriana Venta de los Gatos, el Goma ya cruzó la línea de su particular equinoccio para reencarnarse en otras cosas por obra y gracia de ese milagro que devuelve la vida a lo inanimado llamado reciclaje. ¿En qué bricks de leche, en qué lámparas de Ikea estarán sus partículas? Sobre el solar se construyen pisos. En la valla que los publicita se lee algo que parece escrito por el inventor de los sobres de azúcar: 'Un entorno pensado para el bienestar rodeado de naturaleza y diseñado para el futuro'. Un futuro que, nítido y diáfano, se ofrecerá a los inquilinos de las viviendas cada vez que se asomen al balcón. El Goma ya no existe, pero su guasa, como ven, permanece. Levanto, pues, mi copa para brindar en su memoria y, de paso, conjurar los bajíos, que quien va a un entierro y no bebe vino...
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