Sevilla Al Día
Mañana será tarde
Toca remangarse y poner soluciones sobre la mesa, unas serán desechadas y otras aceptadas a regañadientes, pero no queda otra salida que sentarse
Mañana puede ser tarde y entonces vendrán las tradicionales lamentaciones y la pelota de la culpa rebotando de tejado en tejado. Toca remangarse y poner soluciones sobre la mesa, unas serán desechadas y otras aceptadas a regañadientes, pero no queda otra salida que sentarse y ... hablar en plata. Por facilitar la organización, ahí va una propuesta del orden del día, que no puede empezar por otra cuestión que no sea la seguridad.
Las dos principales autoridades en dicha materia, el alcalde y el subdelegado, se han mostrado, al menos públicamente, dispuestos a abordar este espinoso asunto con el objetivo de seguir jugando a ser equilibrista entre la seguridad ciudadana y el disfrute de las procesiones. A ser posible frenando la peligrosa tendencia de los últimos años de justificar todo por garantizar el orden público, a costa de desnaturalizar el espíritu de la Semana Santa de Sevilla. Presenciar la entrada de San Isidoro a la misma distancia que el autobús del Betis no es ver cofradías. Es otra cosa, llámenlo como quieras. La valla en la Campana que puso un fantasma ante la cruz de guía de una hermandad es cuanto menos un disparate. No eran de la kale borroka, eran nazarenos.
Ante la degeneración de la sociedad, que da muestras inequívocas de no saber dónde está en los días de Semana Santa, como la pitada a San Esteban por no salir o a una banda por no tocar marchas tras horas de esperas, es palmario que hay que establecer medidas que garanticen la seguridad ciudadana y el buen discurrir de las cofradías. Ya no se puede confiar en el buen comportamiento. Pero si nos piden la mano, no demos el brazo, porque entonces tomará el sillón de mando un policía de Tenerife, que poco o nula idea tiene de la idiosincracia de esta ciudad.
El segundo punto del orden del día cae como una losa sobre las propias hermandades. No lo dejen en manos de otros. El hilvanado de la Semana Santa ha saltado por los aires. Primero fueron los costaleros, después las bandas y ahora los nazarenos. Hay que poner límites si queremos que esta joya no pierda resplandor y se vuelva bisutería de uso común. Los cortejos de miles y miles de nazarenos son difícilmente gobernables, aunque algunas han dado un aldabonazo en la mesa cumpliendo horarios, y espesos de digerir. Hay que aligerar los ingredientes antes de que este menú se atragante. Lo dijo el hermano mayor del Gran Poder en estas páginas, hay que buscar la autorregulación. El diagnóstico está claro, el tratamiento, no tanto. Al menos, busquen a los mejores doctores, aléjense de los 'bienqueda' que no ven los nubarrones sobre sus cabezas y de los que imitan la mítica frase de Rafael de Paula: «Esto está todo mal».
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