Sevilla al día
La suerte
En tiempos de trincheras, trincherillas y pañuelos verdes, lo insólito es encontrar una serie que no pida aplausos ni indultos
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Iniciar sesiónLa historia es tan simple a primera vista que uno ve la sinopsis y pasa de largo. «Otra serie más con el topicazo. La entierro», fue lo que pensé. Al fin y al cabo, pago la suscripción a Disney por las niñas. Es la historia ... de un joven taxista, opositor a abogado del Estado -y antitaurino por convicción-, que se ve arrastrado por la cuadrilla de una figura del toreo en su ocaso profesional, rodeada de supersticiones, manías y extravagancias. Por supuesto, el taxista es castellano y, sus acompañantes, andaluces. Ahí están todos los estereotipos en un gazpacho lo suficientemente burdo como para maldecir al guionista y al director, acostumbrados ya a la manida imitación de la Juani de ‘Médico de Familia’ («¡ay Virgen de la Macarena!») y la estigmatización lamentable y más reciente que hizo de Sevilla Álex de la Iglesia con ‘1992’. Pero, como digo, se trataba de una percepción apriorística de un aparente sainete sobre el costumbrismo cañí de la Fiesta Nacional que se va matizando conforme pasan los capítulos hasta entender la moraleja definitiva: la coexistencia de dos mundos radicalmente distintos que acaban respetándose y forjando una amistad por encima de cualquier conflicto prejuicioso e ideológico.
Hasta aquí el ‘spoiler’. Sin duda, el primer impacto de la serie ‘La suerte’ es provocador. Quizá, una ofensiva doble y arriesgada a la moralina de la posverdad a través de una serie con un trasfondo taurino... y hacia la visión del aficionado, que puede vislumbrar una nueva crítica machacona desde la progresía de la España que fue y no debería seguir siendo. Por eso, más allá del masoquismo de quien le da al ‘play’ para cabrearse, esta producción de Paco Plaza tiene todos los ingredientes para estrellarse repudiada por ambos bandos. Induce al cabreo a los dos al leer el argumento y, a posteriori, no se alinea con ninguno de ellos. Para colmo, la comedia no es tal, más allá de algún golpe aislado. Es más bien un drama con silencios y miradas introspectivas, donde el miedo al fracaso se impone y acaba uniendo al torero que está al borde de cortarse la coleta con el opositor que aprovecha cualquier semáforo para cantar un tema antes de verse delante del tribunal. Pero funciona.
Ahí está Ricardo Gómez, Carlitos, el niño de ‘Cuéntame’ por el que toda España sintió adoración hasta que la intolerancia ‘woke’ de la nueva TVE metió mano en los guiones para convertir la serie en una herramienta de manipulación de la memoria histórica, hasta acabar cargándosela. Y Óscar Jaenada. Un actor de izquierdas (qué sorpresa) pero crítico con el independentismo, que se metió en el papel de ‘Camarón’ y de ‘Cantinflas’. Y ahora, en el de un torero con una estética, filosofía y tormento interior, qué duda cabe que inspirado en Morante.
Despojada de tabúes (salvo la ausencia de imágenes de una corrida), la serie es un reencuentro con lo que hemos perdido en esta España polarizada. De cómo un antitaurino de vida convencional acaba admirando a un torero. Y viceversa. En tiempos de barreras, trincherillas y pañuelos verdes, lo insólito es encontrar una serie que no pida aplausos ni indultos. Y eso, créanme, ya es de puerta grande.
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