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Suicidarse: ¿primera o última opción?

Pienso que las humanidades y los profesores de filosofía inmunizaron a mi generación contra el suicidio como acto nihilista y antisocial

Según el Instituto Nacional de Estadística, 76 jóvenes entre 15 y 19 años se quitaron la vida en 2024. El suicidio es la primera causa externa de muerte entre los adolescentes españoles y las tres adolescentes que en menos de un mes se han quitado ... la vida en Sevilla y Jaén, han encendido las alarmas a nivel nacional. Sin duda el «bullying» está detrás de los casos de mayor repercusión social, pero como el acoso escolar —por desgracia— siempre ha existido, convendría preguntarse por qué el suicidio ha crecido exponencialmente entre los jóvenes. Es más, deberíamos indagar qué lugar ocupa la opción de quitarse la vida entre los adolescentes. ¿Será la última o más bien la primera?

En el primer año de universidad, me hicieron leer —entre otros títulos obligatorios— el célebre ensayo de Durkheim sobre el suicidio. Dejemos de lado la imposibilidad de instar a los universitarios de primer año de una universidad española a leer un libro semejante y advirtamos que las ciencias sociales nacieron con la categorización del suicidio como «hecho social». Recuerdo que Durkheim analizaba el suicidio según las religiones de las sociedades y cómo nos llamó la atención que los judíos fueran los que menos se quitaban la vida. Sin embargo, lo más curioso fue descubrir su clasificación de los suicidas, a quienes dividió en anómicos, altruistas, egoístas y fatalistas, en función de su relación con la sociedad.

Desde entonces he leído mucho sobre el suicidio y el tema me parece uno de los más fascinantes. De hecho, en casa tengo desde 'El mito de Sísifo' de Albert Camus hasta 'El dios salvaje' de Al Álvarez, pasando por 'Levantar la mano sobre uno mismo' de Jean Améry, entre otros títulos. No obstante, cuando reviso sus páginas en busca de reflexiones que me permitan comprender lo que ocurre con la juventud contemporánea no encuentro respuestas satisfactorias, porque la mayoría de suicidas de mi bibliografía fueron —como acuñó Al Álvarez— «aristócratas de la muerte». A saber, artistas que no fueron capaces de encontrar su lugar en el mundo, intelectuales supervivientes del exterminio nazi o fugitivos de sus actos hasta que llegaron al callejón sin salida de sus malaventuras económicas, políticas o familiares. Los adolescentes suicidas de nuestros días no se quitan la vida después de una trayectoria vital, sino antes de empezar a recorrerla.

Pienso que las humanidades y los profesores de filosofía inmunizaron a mi generación contra el suicidio como acto nihilista y antisocial. Hoy, sin filosofía en los planes de estudio, el suicida es el héroe de las series, los videojuegos, las películas y las canciones. Huérfanos de humanidades, el suicidio es un «selfi» que tiene muchos «likes».

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