COMENTARIOS REALES
La fragmentación de las derechas
En Hispanoamérica, liberales y democristianos ya volaron los precarios puentes que los unían. Eso todavía no ha ocurrido en España, pero no hay que descartarlo
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Iniciar sesiónDesde hace años sostengo en mis artículos, ensayos y clases universitarias, que todo lo que ocurre en los países hispanoamericanos se replica en el primer mundo en un plazo no mayor de veinte años, que —como dice la letra de un tango— no es nada. ... Pensemos en los procesos de memoria, en los líderes populistas, en las deudas impagables, en la vigilancia financiera internacional y últimamente en el control de los jueces por parte de los gobiernos. Sin embargo, ahora todo ocurre más rápido y por eso advierto un fenómeno en la política latinoamericana que quizá prefigure lo que ocurrirá más pronto que tarde en el primer mundo: la fragmentación de las derechas.
Hasta hace muy poco, la fragmentación era una característica de las izquierdas y esencialmente de los partidos marxistas-leninistas, aunque esa tendencia ha cruzado a la otra acera, pues, primero el salvadoreño Bukele y después el argentino Milei, se convirtieron en referentes para sus vecinos hispanoamericanos, sus pares europeos e incluso para Donald Trump, quien ya los había invitado a sus convenciones incluso antes de ganar los últimos comicios. Pero el fenómeno sobre el que deseo llamar la atención no es el fortalecimiento de la autoestima de las derechas —encantadas de ver juntos a gobernantes como Trump, Milei, Bukele, Orbán y Meloni—, sino el de las variopintas expectativas electorales que han brotado por toda Iberoamérica, con diez o más precandidatos de nuevas derechas en cada país. Y lo más curioso es que esos mismos precandidatos compartían trinchera hasta hace nada.
Por supuesto, si todos esos nuevos aspirantes al poder creen en la propiedad privada, la economía de mercado, la separación de poderes y el sufragio universal, ¿por qué no concurren juntos a las elecciones? Personalismos y narcisismos aparte, por sus distintas sensibilidades hacia lo público, las poblaciones originarias, el autoritarismo, la inmigración, las fuerzas armadas, la represión policial y las cuestiones religiosas, por citar algunas diferencias transversales y no programáticas o ideológicas, aunque no esté de más hacer hincapié en que en Hispanoamérica los liberales y los democristianos ya volaron los precarios puentes que los unían. Eso todavía no ha ocurrido en España, por ejemplo, pero no hay que descartarlo.
La fragmentación de las derechas no se producirá por coquetear con la socialdemocracia, sino por imitar lo que ha permitido ganar elecciones en países donde han fracasado partidos convencionales que ya han desaparecido o están en vías de extinción. Craxi, Papandreu y Hollande precedieron a Sánchez en la destrucción de sus respectivos partidos socialistas; pero ahora la implosión amenaza a los partidos de derechas, incluidos los nacionalistas. Lo pasmoso es que ningún país del primer mundo ha llegado a estar peor que los hispanoamericanos, pero copian sus medidas con más presupuesto y ambición. Ahora ha llegado el turno de replicar al líder fuerte, sin partido y que va por libre.
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