Trampantojos
Sevilla en el callejón del Gato
Los fuegos de artificio alumbrarán otra vez el paisaje antes de la penumbra
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Iniciar sesiónYa está todo en el torbellino de los finales felices, en el vértigo antes del epílogo, cuando se cierran las lonas y se apaga el último farolillo. Bajo el albero corre el río turbio del banquete y navega en las alcantarillas el agua sucia de ... lo que ayer fue brindis luminoso.
Termina la Feria y habrá que tomar nota de lo ocurrido para reflexionar sobre lo bueno y lo malo de otra fiesta que se nos ha salido de medida. Una ceremonia antes equilibrada por secretas liturgias que se perdió en algún momento porque parece que Sevilla se nos está rompiendo por las costuras.
La Feria de Abril es una ciudad-reflejo, una proyección figurada de la ciudad real, un simulacro. Por eso deberíamos aprender de lo vivido en esta Sevilla de escenografías simuladas. Y, tras una semana de espejismos, reconocer una inquietante realidad, porque la ciudad convertida en parque temático de éxito muestra la imagen deformada y grotesca de la Sevilla real. Como si la contempláramos en el espejo esperpéntico del callejón del Gato.
Esta Sevilla colapsada, sin infraestructuras, desbordada y con un sistema de transportes públicos claramente inferior al de la demanda de una gran ciudad, está condenada al fracaso. La ciudad respira y palpita en los grandes barrios de la periferia y en el área metropolitana, pero ese mapa está olvidado. Por eso, la Feria parece el apunte de una ciudad sobrepasada, incapaz de asimilar su presente. Feliz, hermosa, hiperbólica y barroquizante, pero también perdida ante un incierto futuro.
Brindemos porque quedan pocas horas y otra vez alumbrarán los fuegos de artificio el paisaje antes de la penumbra. Aunque hayamos sido tan felices que no quisimos pensar en el madrugón de mañana, aprendamos de la fiesta. Bailando y riendo mientras por el rabillo del ojo adivinábamos cómo se acercaba el final. Comencemos a pensar en la Sevilla de verdad con las lecciones que nos ha devuelto la ciudad artificial. Esa imagen que somos nosotros mismos reflejados en el espejo cóncavo de la última madrugada.
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