La Madeja

La Sevilla de los sueños

La factura que ha pagado la ciudad en obras que nunca se terminaron es multimillonaria. Pocos lugares del mundo acumulan más fracasos. Por eso la tuneladora es un emblema

El metro que llegaba hasta la Plaza Nueva costó 5.000 millones de pesetas, 300 millones de euros. Y ahí sigue el túnel. Vacío, oscuro, muerto. Pero lo más valioso que perdió Sevilla en aquella obra fue el tiempo. La idea de construir un metro ... como el de Madrid o Barcelona la impulsó en 1968 el entonces director del Servicio Municipal de Transportes, Plácido Álvarez Fidalgo, que sólo un año después presentó el 'Anteproyecto del Ferrocarril Metropolitano de Sevilla'. El Ayuntamiento aprobó tres líneas que financiaría en su mayor parte el Ministerio de Obras Públicas. Y al poco tiempo comenzó a ejecutarse la línea 1, con origen en La Plata- Pino Montano y destino en la Plaza Nueva. En 1975, el Congreso de los Diputados aprobó el 'Proyecto de Ley sobre Construcción y Explotación del Metro de Sevilla', que por cierto sigue vigente. Y desde entonces hasta 1979 se adjudicaron los distintos tramos a varias constructoras. Sin embargo, el desplome de la estatua de San Fernando en la Plaza Nueva, un socavón de cinco metros en la Puerta de Jerez, varias grietas en la estación de San Bernardo y, ya en febrero de 1983, los daños ocasionados en el edificio de La Equitativa y en la Casa Guardiola acabaron provocando la paralización de los trabajos por recomendación de la comisión asesora del Ayuntamiento. Se habían construido tres kilómetros de túnel y tres estaciones. Todo se fue al garete. Nunca más se supo. En aquella primera fase Sevilla perdió 15 años y 300 millones de euros. El proyecto del metro hibernó otros 20 años más hasta que 2002 comenzaron de nuevo las obras de un nuevo trazado de la línea 1. La Junta de Andalucía proyectó una red con cuatro líneas. Se gastó en el diseño de cada una casi dos millones de euros, pero sólo tramitó el prime ro, de manera que los otros tres caducaron y ha sido necesario invertir de nuevo en su actualización. En total, casi 13 millones de euros. De nuestro bolsillo.

Cuento todo esto para intentar demostrar que lo del puente de la SE-40 es un clásico sevillano. Despilfarrar dinero público y décadas de progreso es una de nuestras grandes aficiones. Ahí queda también la biblioteca del Prado que empezó a construir la Universidad de Sevilla siguiendo el proyecto de la prestigiosa arquitecta Zaha Hadid y que tuvo que demoler por orden judicial. Nueve millones de euros a la basura. Pero la factura sigue. El edificio de Rafael Moneo en el Prado, el de José Antonio Carbajal en la Encarnación antes de que se idearan las Setas, el auditorio del Higuerón, la estación de Cercanías de la Cartuja, el edificio de Rafael Otero en el antiguo Palenque de la Expo, el esqueleto denominado 'Aura Baelo' que la Junta dejó a medio hacer enfrente de Fibes, el segundo puente del Alamillo, el Puente de Hierro abandonado, las dos torres de Stirling en Nervión, la torre Bofill, la basílica de la Milagrosa diseñada por Aníbal González o el barrio 'inteligente' de Norman Foster, Jean Nouvel, Arata Isozaki y Guillermo Vázquez Consuegra junto a la Cruzcampo son otros ejemplos, citados a voleo, de fracasos urbanísticos en Sevilla que costaron un dineral, en unos casos porque hubo que indemnizar a las empresas adjudicatarias tras revocarse el proyecto, en otros porque las obras se iniciaron y luego se pararon por falta de presupuesto.

Ahora la tuneladora de la SE-40 puede exhibirse como emblema de la indolencia sevillana, pero no es más que el último capítulo de un largo serial de despropósitos. La roncha que ha dejado en la ciudad la ineptitud política y el conformismo social permitiría construir actualmente toda la red completa del metro, cerrar el anillo de la ronda metropolitana, rehabilitar el Museo Arqueológico, ampliar el Bellas Artes, hacer la conexión ferroviaria con el aeropuerto y soterrar el Paseo Colón. Así que si se aplica esa perspectiva histórica, tal vez lo que nos merecemos es el puente. Que ya veremos si se hace. Porque con la sensibilidad que hay con Doñana ahora cualquiera sabe qué delegación europea es capaz de presentarse por aquí a tumbar el proyecto. No olvidemos que somos especialistas en paralizaciones, retrasos y polémicas hasta para decidir el pavimento que merece un acerado. Y también somos expertos, como demuestra el puente del Centenario, en hacer las cosas a medias. Hay que reconocer que la Sevilla de los sueños es paradisíaca, pero cuidado con soñar, que nos cuesta más caro que comer en Jaylu.

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