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La alberca

Los niñatos de Benacazón

No hay razón ni sinrazón que pueda explicar una 'diversión' tan animal, salvo la maldad supina

Alberto García Reyes

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El fuego que los niñatos de Benacazón le metieron al indigente Isaac, inofensivo y sumiso, es una muestra del infierno que tienen en la conciencia. No hay razón ni sinrazón que pueda explicar una 'diversión' tan animal: ni la juventud, ni la mala educación, ni ... el error, ni la estupidez. Nada salvo la maldad supina. El 'entretenimiento' de estos imberbes es una aberración de tal envergadura que ni siquiera puede describirse con precisión porque no hay palabras exactas para definirlo. Habría que inventarlas y serían demasiado agrias. Pero la diabólica diversión de estos adolescentes con el alma en ruinas sí acarrea un debate de profundidad que no debemos eludir. La violencia juvenil es una lacra que no estamos viendo venir. Las estadísticas nos avisan desde hace tiempo de conductas radicales y deshumanizadas en edades tempranas provocadas por muchos factores, pero sobre todo por la dejación de funciones en el ámbito familiar. Muchos adolescentes han sido criados por las pantallas, bien del teléfono móvil, bien de la PlayStation, porque de esa manera sus padres han podido sobrellevar mejor la crianza (no la educación) con el trabajo. Tienen un acceso demasiado cómodo a videojuegos en los que matar es lo menos grave, a pornografía y a contenidos machistas, polarizados o inmorales. Por eso en este tipo de casos hay que interpelar también a las familias. Lo voy a decir sin rodeos. Con esa edad, yo le tenía más respeto a mis padres que a la policía. Si el profesor me castigaba por alguna travesura, mis padres me ampliaban el castigo.

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