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ARMA Y PADRINO

Esto no es un «que te calles»

Aunque no le guste a Sergio el sintagma «cultura de la cancelación», sabe que lo que denomina sí existe

Eso que no existe

Negacionismo fetén

Rebeca Argudo

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A Sergio del Molino le parece que mi crítica a Joaquín Reyes, por decir que la cultura de la cancelación no existe, ha sido un intento de acallarle. Como tengo en estima a Sergio, aplico toda la caridad interpretativa de la que soy capaz ... a su artículo y entiendo que ha sido una desacertada hipérbole. Es imposible que el escritor crea que expresar mi opinión en una espacio dedicado a eso sea pretensión de censura. Y es imposible que confunda la crítica legítima con la cancelación cuando, precisamente, utiliza la confusión en los términos como argumento para tachar de estéril este debate. «Bajo la rúbrica de la cancelación –dice– se mete de todo, desde censuras gubernamentales a despidos procedentes, persecuciones judiciales, campañas de difamación, insultos, réplicas e incluso críticas», y no creo yo que esté universalizando su propio equívoco. Que crea que si él no se aclara, no se aclara nadie. Estoy segura de que sabe distinguir entre censura gubernamental, despido procedente, persecución judicial, campaña de difamación, insulto, réplica y crítica. Y de que no ignora que cuando hablamos de «cultura de la cancelación» o «cancelaciones» no estamos designando ninguna de esas cosas, sino a esas campañas de justicia social, espontáneas o premeditadas, cuya pretensión es silenciar al que discrepa mediante la coacción y el acoso, exigiendo que rinda cuentas con perjuicio reputacional o profesional. Y que, pese a no ser novedoso el fenómeno, sí se ha visto amplificado en gran medida con las redes sociales. En palabras de la escritora Carmen Domingo, autora de 'Cancelado, el nuevo Macartismo', sería «la dictadura cultural que lucha por establecer la estandarización y uniformidad del pensamiento, retomando de forma abierta muchas de las actitudes del pasado, aunque sin reconocerlo, e impidiendo la libertad de pensamiento». Dicho de otra manera, estoy convencida de que Del Molino sabe que no nos referimos al justificado despido de un autor tras denostar abiertamente al medio en que colabora, ni a que nos increpen en redes porque discrepamos, ni a que nos dediquen una respuesta más o menos desabrida desde otro diario, ni a que nos digan que escribimos como el culo o bonitos ojos tienes. Sabe perfectamente, que hablamos de esos linchamientos sistemáticos e hipermoralizados en redes que buscan perjudicar (David Suárez o Itziar Ituño), a las presiones de ciertos grupos identitarios para forzar despidos (Anónimo García o Samantha Hudson), a las amenazas y actitudes hostiles para impedir que se puedan expresar ciertas ideas (Pablo de Lora o José Errasti), a las acusaciones de acosos y abusos que alientan a la turba enfurecida y dilapidan carreras sin mediar sentencia judicial (Plácido Domingo o Carlos Vermut). Estoy convencida de que, aunque no le guste a Sergio el sintagma «cultura de la cancelación», sabe que aquello que denomina sí existe. Y que un fenómeno que, hace unos días, empujó al suicidio a Ed Piskor no se soluciona únicamente encajando mejor las críticas. Tampoco creo que piense que yo, con estas líneas, lo que quiero es que se calle. Pero, por si acaso, al título remito.

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