Tesoros irresistibles

Trinqué rapidito una camisa a cuadros de la marca Cactus y unas gafas de sol. Luego me zambullí en los cajones que vomitaban vinilos. Golosón, me agencié uno de Count Baise y otro de Charlie Mingus en muy buen estado y a ventajoso precio. Pero jugaba sobre seguro con esas pescas, así pues proseguí la exploración. Agarré un elepé de un tal Johnny Rivers porque observé que estaba grabado en directo desde el mítico garito de Los Ángeles por donde desfiló lo mejorcito de cada casa, el célebre Whisky a Go Go. También lo compré. Esa clase de compras a ciegas ilusionan una barbaridad. ¿Sería bueno o sería un espanto? Cuando regresé al hogar al día siguiente lo enchufé de inmediato y… era francamente bueno. O, para ser precisos, digamos que destilaba su gracia, sobre todo la cara B, una especie de homenaje a John Lee Hooker. En las caras B se suelen agazapar los mejores hallazgos. Ni se imaginan lo satisfecho que me sentí ante todas esas piezas. Existe un extraño y sublime placer en esas improvisadas adquisiciones que colman de dicha el alma. Mientras saboreaba el vinilo olvidé las miserias de la amnistía y otras ingratas fechorías a las cuales nos somete este felón Gobierno. Fue una gozada alejarse, siquiera unos minutos, de la traición. Eso sí, cuando finalizó el éxtasis musical, repasé las cuentas. Entre los libros que se vendieron y mis compras, el saldo arrojaba 60 pavos negativos. Espero que la editorial no me envié demasiado de promoción por esos mundos… O, en cualquier caso, prefiero no toparme ante covachas que esconden tesoros irresistibles.