PERDIGONES DE PLATA
«Decidle que la quiero»
No podemos imaginar la angustia ante una situación así, de cuenta atrás hacia el fundido en negro
Escolta incorporada (4/9/23)
Idiomas (1/9/23)
En esta vida nuestra de normal tan perrona, sacudida por esas escandalosas actuaciones que llevan a una vicepresidenta de visita a un prófugo para echar unas risitas, acaso para repartir unos 'biquiños' que son el aperitivo de una amnistía cargada de bochorno, de vez en ... cuando brota un gesto que nos emociona. En esta vida nuestra de normal tan rutinaria, oprimida por el fin de mes, el precio del aceite y el de la gasolina, en ocasiones emerge un destello trufado de una sensibilidad que nos conmociona. Y es entonces cuando, tristón y meditabundo, aterriza junto a tu vera un fino rayo de esperanza y te dices que, pese a los zarpazos, quizá no esté todo perdido en esta sociedad nuestra que sólo rompe su silencio para vocear histérica cuando la manipulan con chorradas mugrientas.
El chaval tenía 20 años. Yacía atrapado en el ascensor mientras el agua subía y subía y subía. No podemos imaginar la angustia ante una situación así, de cuenta atrás hacia el fundido en negro. Y el chaval, antes de perecer, tuvo ese último pensamiento dirigido a su madre: «Decidle a mi madre que la quiero». Mientras un chaval piense en su madre justo antes del largo adiós, vale la pena pelear por la dignidad, la decencia y la honradez, porque ese joven nos ha demostrado que hasta el aliento final puedes mantener algo puro como es el amor hacia la madre pese a todas las tropelías que nos castigan. La madre, siempre la madre en nuestra cabeza, entrañas y corazón. En cada molécula de nuestra osamenta. Respeto a los manguis que se tatúan ese 'amor de madre' porque así, en su entintada piel, vindican su rincón más inocente. No importa que la madre esté entre nosotros o atraviese el más allá, su recuerdo nos acompaña siempre gracias a sus broncas, a sus besos, a sus guisos, a su paciencia, a su sabiduría, a ese instinto suyo que nos guiaba entre las tinieblas de la infancia. «Decidle a mi madre que la quiero». Hacía lustros que no escuchaba algo tan auténtico y limpio. Toda mi admiración y respeto para ese chaval de veinte años.