Perdigones de plata

Decepciones

No entiendo el motivo por el cual depositan grandes expectativas con gente como uno

«Decidle que la quiero» (8/9/2023)

Escolta incorporada (4/9/23)

Un profesor de Latín del instituto al que adorábamos por su bondad y sabiduría (el padre Esteve, catedrático, uno de los mejores latinistas de Europa), cuando se enfadaba ante nuestro pertinaz ceporrismo, en vez de gritarnos o arrearnos merecidos capones, mascullaba melancólico, arrastrando las palabras: « ... Me habéis decepcionado…». Lo susurraba de una manera tan sentida que nos devastaba. Hubiésemos preferido cualquier castigo físico. Decepcionarle nos dejaba hundidos, muy hundidos. Pero, ¿qué íbamos a hacer si éramos unos zoquetes?

Ignoro si esto me viene desde aquellos tiempos, pero no soporto decepcionar al prójimo. Lo que no entiendo es el motivo por el cual depositan grandes expectativas con gente como uno… Esto, para mí, es un misterio. Pero en fin, el caso es que, como de costumbre, cuando a mediados de septiembre reiniciamos nuestras rutinas, suelo decepcionar a muchas personas. Chocas alegre contra los conocidos por la calle, y cuando te preguntan el reglamentario: «¿Dónde has estado estas vacaciones?», como les contesto la verdad, o sea que he morado quieto, Tancredo y estático en un playa nacional y populosa, apta para todos los bolsillos, frente al mar, leyendo, comiendo y durmiendo mucho, observo que la decepción se dibuja en sus semblantes. Esperaban sin duda que les narrase un viaje exótico cargado de peligros y toques pintorescos, yo qué sé, allá en Tailandia (glups), en Madagascar, en Ruanda-Burundi, en lo más profundo del Amazonas o en la cumbre del Everest. Mi normalidad, acaso mi vulgaridad, en cualquier caso mi querencia hacia el apalancamiento playero de cercanías, se diría que les confunde o, peor aún, que les defrauda. Pero sobre todo les decepciona. Me encantaría actuar como un aventurero de novela de Karl May, como un personaje de Conrad o como un pálido imitador de Joseph Kessel, pero soy lo que soy y me encanta la calma chicha. Lamento una barbaridad decepcionarles, en serio. De todas formas, mayores emociones esperpénticas que las de España, en pocos sitios encontramos.

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