Perdigones de plata

Bildu en La Moncloa

No entiende uno como Feijóo se unió a la fiesta

Jarabe de plomo

La frontera

No importa la categoría de las lecturas que acumulamos ni las matrículas de honor que conseguimos cuando la carrera, los que venimos del pueblo tendemos hacia el impulso energuménico, tan meridional, donde prima el irracional impulso frente a la saludable reflexión. La cabra, en efecto, ... tira al monte. Por eso, soy de los que opinan que con Sánchez no hay que ir ni a la esquina ni siquiera por equivocación. Cuanto más lejos, mejor. Un tipo como Sánchez siempre esconde algo y suele tenderte una trampa bajo el camuflaje de su sonrisa y bajo el suave bamboleo de sus andares tan de socorrista seductor de piscina de secarral veraniego.

Los que hemos fracasado en lo económico y seguimos renqueando por la vida con mayor o menor donaire, soportando la felona hipoteca a cuestas, nos consolamos a base de dignidad cafre. Por ejemplo, nos encanta adoptar poses hidalgas cuando nos convidan a comilonas o cenas. Uno siempre reclama la alineación de las cuchipandas, y si debido a mis manías o la paranoia que me atrape ese día, acude alguien que desprecio, con razón o sin ella, que no cuenten con mi presencia. Con ciertos personajes no deseo mezclarme. Por precaución, por prudencia, porque no me da la gana o por que no me sale de los huevos, lo que ustedes prefieran. «En mi hambre mando yo», que dijo el clásico, y a estas alturas me puedo permitir ciertos lujos si no me parece correcto alternar con personas que considero indeseables. Sánchez recibió a los líderes políticos (salvo Vox) como ese profesor enrollado que acepta revisar risueño, unos minutitos, los exámenes de la muchachada. Y allí se sentaron frente al lobo disfrazado de cordero. Y así, me pinchan y no sangro, pudimos contemplar a la señora de Bildu en La Moncloa. Si invitan a la señora de Bildu en lo que supuso un blanqueo repugnante, no entiende uno como Feijóo se unió a la fiesta, puro paripé de cara a la galería. Y a Bildu ahora no le complacen las armas. Supongo que sus amos ya usaron toda la pólvora y sestean ahítos en su magma de carne picada.

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