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En manos de Puigdemont

Sánchez va a tener que asumir un alto precio para lograr el apoyo de Junts. Esto es lo que veremos a partir de hoy cuando conozcamos el primer movimiento

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Puigdemont se dispone a revelar desde Waterloo en las próximas horas sus condiciones para apoyar la investidura de Sánchez. No hace falta ser adivino para prever que serán exigencias que chocan con el constitucionalismo, el principio de igualdad ante la ley y la solidaridad interterritorial ... . En suma, un bofetón para la gran mayoría de los ciudadanos españoles, incluidos los votantes del PSOE, que no son nacionalistas.

La tesis de esta columna es que, en última instancia, no será Sánchez quien decida si hay o no un Gobierno presidido por él, sino Puigdemont, a quien los siete diputados de Junts le otorgan un poder con el que jamás había soñado. Dicho con otras palabras, por muchas concesiones que haga Sánchez, siempre será el líder independentista quien establezca si son suficientes.

La última palabra la tiene Puigdemont porque, aunque el dirigente socialista ceda en muchas de las pretensiones del nacionalismo, incluyendo la amnistía, el prófugo siempre podrá argumentar que Sánchez se ha quedado corto. O todo o nada. Es lo que le pide la ANC y el sector más extremo del independentismo.

El principal error de muchos de los análisis que se están haciendo es presuponer que Puigdemont va a tomar una decisión racional, algo que puede no ser así, entre otras razones porque el resentimiento le puede nublar el juicio. Es él y sólo él quien tiene la potestad de dar luz verde a un voto favorable a la investidura. Si Puigdemont obrara racionalmente, tendría que sopesar si le merece la pena correr el riesgo de unas nuevas elecciones o aceptar lo que le ofrezca Sánchez y facilitar que gobierne. Esta segunda opción le permitiría disponer de la llave de la gobernabilidad y condicionar las leyes que salgan del Congreso.

Como sucede en el dilema del prisionero, las estrategias cooperativas son rentables para los dos que toman las decisiones. Pero uno no sabe hasta dónde va a llegar el otro y juega con la hipótesis de que va a querer salir vencedor de la negociación a su costa. Eso dificulta el acuerdo y puede propiciar una ruptura. Por lo tanto, al día de hoy, es imposible anticipar el desenlace.

Ni Sánchez puede conceder todo lo que le exija Puigdemont porque no está en su mano, ni el líder independentista puede defraudar a unas bases radicalizadas o contradecir su discurso de confrontación con el Estado. Por lo tanto, lo que sí es seguro es que estamos ante un negociación compleja, larga y dura. Las dos partes se juegan mucho y, como en una partida de cartas del siete y medio, tan malo es pasarse como quedarse corto para ambos interlocutores. Parece claro, sin embargo, que Sánchez va a tener que asumir un alto precio para lograr el apoyo de Junts. Esto es lo que veremos a partir de hoy cuando conozcamos el primer movimiento de Puigdemont.

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