la tercera

Ratzinger Benedicto XVI

«Ante las instituciones civiles a las que fue invitado, Ratzinger se preguntó por los fundamentos de la sociedad civil, por la validez y las amenazas a la democracia, y por la sustitución de la voluntad de verdad por la voluntad de poder, con la consecuencia de un relativismo que es una amenaza para la persona y un riesgo para la sociedad»

Olegario González de Cardedal

El joven Joseph Ratzinger pasó en Múnich de la cátedra universitaria a la cátedra episcopal al ser nombrado por Pablo VI arzobispo de esa diócesis. Su última cátedra ha sido la del sucesor de San Pedro en el lugar en que este apóstol selló con ... el martirio el Evangelio que había predicado. Allí de la verdad confesada siguió naciendo la palabra predicada. La misión del apóstol es triple: magisterio, ministerio y gobierno. Las tres son inseparables, pero cada uno de los papas ha otorgado primacía a una u otra, de acuerdo con su historia, persona y experiencia espiritual. Al ser consagrado obispo en 1970, Ratzinger eligió como lema de su episcopado este texto bíblico: «Cooperadores de la Verdad»: de la verdad del hombre abierto al misterio de Dios y de la verdad de Dios manifestada de forma suprema en Jesús de Nazaret. ¿A cuál de estas tres funciones (doctrinal, sacramental, pastoral) ha otorgado primacía Ratzinger? Sin duda a la función de magisterio. Dar razón pública de la fe, mostrar, en convivencia y diálogo con otros saberes, su razonabilidad teórica y su fecundidad para la vida personal y social: tal ha sido la dimensión fundamental de su ministerio.

Profesor fue en las universidades de Bonn, Münster, Tübingen, Regensburg, y de alguna forma no dejó de serlo, aun cuando fue asumiendo otras responsabilidades: arzobispo de Múnich, nombrado por Pablo VI, y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nombrado por Juan Pablo II. Yo estoy persuadido de que al aceptar ese nombramiento hubo un pacto entre ambos: Ratzinger permanecería unos años como prefecto de la Congregación para la Fe y luego se volvería a Alemania. Cuando parecía que había llegado el momento de dejar Roma, tuvo lugar el atentado en la plaza de San Pedro. Ratzinger percibió con exigente claridad que no podía abandonar a quien le había otorgado toda su confianza y que entonces se encontraba en debilidad física personal.

Primero nombrado obispo y luego elegido Papa, Ratzinger no desistió de su vocación teológica. La edición de sus obras completas abarca veinte tomos. Como exponentes de su teología, yo elegiría dos libros especialmente significativos: uno de sus primeros años como profesor, y otro de sus últimos como Papa. Su primer gran libro es 'Introducción al cristianismo' (1968). El contexto del nacimiento de este ensayo fue la crisis de fundamentos en la cultura, la Universidad y la Iglesia. Todo estaba puesto en cuestión: la historia de la conciencia europea, el cristianismo y la dimensión trascendente del hombre, negada por un marxismo entonces culturalmente dominante, que pretendía legitimarse en la perspectiva mesiánica del Antiguo Testamento y una hipotética revolución de Jesús de Nazaret. El cristianismo estaba en cuestión: ¿qué es y qué propone?, ¿un mensaje moral, una teoría social, una propuesta política?, ¿qué validez tiene la historia del cristianismo del que hemos vivido hasta ahora? Ratzinger se propuso responder a estas preguntas con este comentario del 'Credo de los apóstoles', síntesis normativa de la fe de la Iglesia. En realidad, todos sus libros son una propuesta del contenido y el fundamento de la fe cristiana, y desde ella un discernimiento de la verdadera humanidad, del verdadero cristianismo, de la verdadera Iglesia. Lo más grave que hoy padecemos es la crisis de sentido, de Dios, de esperanza, de fraternidad. El semanario 'Der Spiegel' publicaba en 1994 un reportaje, refiriéndose a un exégeta protestante, con este título: «¿Podemos todavía seguir siendo cristianos?». Y al final del siglo XX, Tillard, con otros teólogos católicos, se preguntaba: «¿No seremos los últimos cristianos de Europa?».

A lo largo de su vida, Ratzinger ha ido mostrando cuáles son las fuentes en las que podemos abrevar nuestra sed de sentido, de confianza fundamental, de verdad y de esperanza. Y lo ha hecho con los diversos registros teológicos como una misma sinfonía, interpretada sucesivamente con diversos instrumentos. Entre ellos están sus tres encíclicas programáticas ('Dios es amor', 'Salvados en esperanza' y 'El don de la fe'). Otro de los registros bien distintos son los discursos ante instituciones seculares, como el Parlamento Federal de Alemania. En estos marcos está en primer plano la pregunta por los fundamentos de la sociedad civil, la validez y las amenazas a la democracia, la sustitución de la voluntad de verdad por la voluntad de poder, con la consecuencia de un relativismo que es una amenaza para la persona y un riesgo para la sociedad. ¿Cuáles son los límites morales del poder del hombre?, ¿se pueden defender los derechos fundamentales sin el cultivo de valores fundamentales?, ¿está agotada la democracia por haber olvidado o negado su fundamento? Estas cuestiones han sido objeto de análisis por Ratzinger en los encuentros que ha mantenido en diálogo con intelectuales, como el de Múnich con Habermas. No bastan el poder y el saber, la ciencia y la política, para una defensa de la humanidad de cada hombre y de la vida en sociedad. Están en juego la sacralidad, la trascendencia y la dignidad del ser humano.

Hay que enumerar otro registro de Benedicto XVI, al que confirió la máxima importancia: sus homilías. Desde siempre le había preocupado la predicación, que es el camino privilegiado por el que llega el Evangelio a los oídos de los hombres. A esta cuestión había dedicado un volumen con un título significativo, 'Dogma y predicación', citando una broma seria según la cual que la Iglesia aún esté en pie, a pesar de cómo hemos predicado los sacerdotes, es un signo manifiesto de su origen divino. La última aportación decisiva a su magisterio fue su renuncia.

En su último gran libro, 'Jesús de Nazaret', confronta la mera visión histórica y la confesión teológica. Dilucidar la identidad personal de Jesucristo para poder creer en él es el primer deber de la Iglesia. ¿Quién es?, ¿un mito como los que se encuentran en todas las grandes religiones, un judío peculiar que no desborda los límites de su tiempo y lugar, maestro de moral? El Jesús de los historiadores y filólogos, ¿es el mismo que el Cristo de la fe, tal como lo interpreta la Iglesia? Con la respuesta a estas preguntas está en pie todo o cae todo el cristianismo. Este es su libro mejor, por su dimensión tanto espiritual como crítica. Tal aportación teológica fue llevada a cabo mientras tuvo que afrontar graves crisis en la Iglesia posconciliar, como los movimientos integristas de Lefebvre, las teologías de la liberación en sus diversas formas, el diálogo con las religiones orientales y su lectura de Jesucristo, la reforma de la liturgia, las propuestas de diversos teólogos europeos, la pederastia reconocida como pecado y delito o la indiferencia religiosa.

Ratzinger tuvo la genialidad de ejercer hasta el final en su persona, diferenciándolas, dos funciones distintas, sin confundirlas y sin separarlas: el magisterio propio de los obispos y el magisterio propio de los teólogos. Lo específico de los primeros es dar el testimonio autorizado del mensaje evangélico; de los segundos, dar razón coherente y consistente de la fe, haciendo posible una adhesión tanto de la inteligencia como de la voluntad a Jesucristo, reconocido y acogido como supremo don y supremo perdón de Dios. Ratzinger, con su peculiaridad y sus límites, fue hasta el final lo que se propuso al elegir el lema episcopal: «Ser cooperador de la Verdad», de la verdad de Dios y de la verdad del Evangelio con su propuesta de sentido y salvación para todos los hombres.

SOBRE EL AUTOR
Olegario González de Cardedal

es teólogo

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