TIRO AL AIRE
Ultraje a las costureras de mascarillas
Escucho estafa de mascarillas y sólo veo a mujeres con la cabeza inclinada durante horas en la Alfa de Quintanilla
Bienvenidos a la Gran Legislatura sanchista
«Ábalos, no eres tú, soy yo!»
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Iniciar sesiónDando un paseo largo por Madrid, un día me perdí por las calles de una zona residencial. Allí me crucé con un tipo alto, delgado, de muy buen porte… en bata. Vale que estaba paseando al perro, pero el batín de cuadros y su lucimiento ... sin complejos me dejó loca. Me acordé de las señoras del pueblo que a veces se asoman a la calle un momento con esta prenda puesta. Salen rápido a tirar la basura o a pagarle al del butano. Lo hacen de extranjis, rapidísimo, como avergonzadas, para que nadie las vea con la ropa de estar por casa. Poco después estalló el caso y resultó que aquel tipo era el hijo de un duque y había hecho un negociazo sospechoso –y millonario– vendiendo mascarillas. Tanto que tendrá que sentarse en el banquillo de los acusados por delitos de estafa y falsedad documental. Me acordé todavía más de las señoras en bata que desempolvaron sus máquinas de coser y se dejaron los ojos y la espalda dando puntadas para confeccionar mascarillas en lo peor de la pandemia. Gratis. Pensé que alguien debería decirles que pueden saltarse sin complejos las normas de vestimenta, que pasear en bata por la calle es de aristócratas, que no les dé vergüenza salir con la suyas.
Me he vuelto a acordar de sus batines con la exposición de Isabel Quintanilla en el Thyssen. Su óleo 'Homenaje a mi madre' nos muestra, con toda su minuciosidad, su máquina de coser. Una Alfa. Su madre, modista, sacó adelante a sus dos hijas cosiendo tras la muerte de su marido. La Alfa realista de Quintanilla con su carga de sacrificio es también un reconocimiento a todas nuestras abuelas, la última generación de mujeres que cosían en casa. En sus Alfa, en sus Singer. Las máquinas formaron parte del ajuar femenino durante décadas.
Son la generación de señoras que durante la pandemia arrimó el hombro para ayudar a sus vecinos dando todo lo que poseían: sus hilos, sus telas, su saber cortar, su tiempo, su voluntad, su buen hacer y su buena fe. Cosieron mascarillas de día y de noche. Las distribuían en entidades sociales, en hospitales… pensando siempre en quien más las necesitara. En toda España se destacó su trabajo con reconocimientos y agradecimientos públicos. Todos ellos están ahora empañados. Ultrajados. Hoy sabemos que mientras nuestras costureras, desde la generosidad, dieron a la sociedad el máximo por lo mínimo; otros, desde la avaricia, la exprimieron para sacarle el máximo por lo mínimo. Por eso, escucho estafa de mascarillas y sólo veo a mujeres con la cabeza inclinada durante horas en la Alfa de Quintanilla. También a políticos que contrataron a pícaros vividores negando su responsabilidad en la vigilancia de lo público. Todavía serán capaces de pedirle el voto a aquellas costureras sin que se les caiga la cara de vergüenza.
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