el retranqueo
La pesadilla de las cajas embaladas
Puigdemont maneja España en diferido. O a larga distancia. O a corta. Como un ventrílocuo a su muñeco. Sibilino. Destructivo
Por un momento pareció que Pedro Sánchez vería frustradas por Carles Puigdemont las primeras votaciones cruciales de la legislatura. Y que la investidura fue un abrazo del oso, y la legislatura, un descalzaperros sin brújula ni orientación. Por un momento pareció que aquel profesional del ' ... no es no' que llegó a la secretaría general del PSOE articulando ese monosílabo sistemático como pintura de guerra iba a empezar a probar de su propia medicina. Pero lo cierto es que Puigdemont siempre juega de farol porque conoce como nadie la estructura de cada milímetro del ego de Sánchez. Y sabe que no soporta una derrota ni que su partido lo mire como lo miró en aquel octubre de 2016 embalando cajas en Ferraz, desahuciado. Que esto no va de política ni de gobernabilidad, sino de tocar siempre con la frialdad del extorsionador sin escrúpulos esa fibra exacta que inflama la soberbia de un presidente capaz de dejarse secuestrar con tal de no repetir aquella imagen, cuando su partido le dijo que cerrase la puerta por fuera.
Puigdemont le ha dicho que el separatismo catalán no venía a rescatarle de ninguna ultraderecha facciosa, y que deje de dar el pelmazo con su 'mayoría social de progreso' y sus invenciones de argumentario. Le ha dicho que tiene una 'minoría social de progreso'. Que esta legislatura es ya la anomalía que prometía ser. Que todo es inestable e inflamable, y que cuando Junts interviene, ese 'todo' se convierte en muy inestable y muy inflamable. Le ha dicho que España es un esperpento, y que además le gusta que sea así. Que seguirá acariciando a su gato desde Bruselas mientras observa la pantalla de las votaciones, como si España fuese suya. Porque en realidad lo es. Y Puigdemont le ha dicho a la cara a Sánchez que esto no lo salva así como así un relator salvadoreño a sueldo de una legislatura con dinamita en las alforjas, ni con dos fotos y una reunión de arrepentidos al pie del lago Lemán. Que esto se salva solo concediendo a Cataluña la condición de Estado. Y en eso están. Sánchez y esa pesadilla de las cajas embaladas que se ha prometido no volver a tener.
Quitemos la letra de los decretos, la inmoralidad de los chantajes, las sanciones a las empresas fugadas de Cataluña, la jurisprudencia del Tribunal Europeo con la amnistía. Quitemos, la demagogia con las pensiones, los precios, los impuestos y demás… Quitemos toda la paja sobrante y el celofán de la mentira, y lo que ha quedado en el Senado (haciendo funciones de Congreso) es solo una atrabiliaria lucha de egos, una pugna de poder, un cálculo de estrategias, un tacticismo tóxico y, sencillamente, la medición de fuerzas. Esto no va de los españoles ni de los catalanes, ni de su presente o futuro, ni de los alambiques del progresismo ni de alas oeste con sesudos estrategas. Va de humillación a aquel Gobierno del 'no es no', que sólo es democrático y justo si proviene de Sánchez, y antipatriótico e insolidario si proviene de los demás. Hoy podría ser un buen día para que Zapatero recuerde a Sánchez qué ocurre con la 'baraka' en un momento dado de la vida, cuando todo se agota. Que se tiene durante un tiempo, sí. Y brilla. Pero que cuando depende de un tipo como Puigdemont conviene pellizcarse, por si te terminas creyendo un estadista y no un pelele.
Lo ocurrido es sólo la constatación de que en seis meses un tipo desahuciado de la política, que se había convertido en una figura grotesca recluida en su 'exili', decide la gobernabilidad de España desde un maletero. Y además ha engullido a ERC. Todo, por siete escaños. Su objetivo no tiene nada que ver sólo con las empresas de Cataluña o con la amnistía de centenares de independentistas envueltos en causas judiciales. Ni con las próximas elecciones en Cataluña. Tiene que ver con la ostentación de un proyecto delirante. Con una vendetta personal cuya única finalidad es que alguien como Santos Cerdán le siga llamando 'president' mientras le espera, obsequioso, blandurrón, en la sala del piano de un hotel en Suiza. Tiene que ver, en definitiva, con un proyecto vengativo personal para que una parte de España sea forzada a segregarse de su raíz, su nación, y su propia alma, mientras él proclama desde un balcón aquello de 'ja soc aquí'. Y Sánchez asiente. Y traga. La pesadilla de las cajas embaladas.
Ahora se sabe que Puigdemont ha conseguido que España dé normalidad a la anomalía, sabemos en su crudeza el precio de sus mentiras, sabemos de esa viscosa blandura ética de Sánchez y de que los logros en política son indignos cuando es la dignidad lo que se vende mientras pretendes tranquilizar la conciencia diciéndote una y otra vez «es la aritmética parlamentaria, la aritmética, sí, la convivencia…». Puigdemont maneja España en diferido. O a larga distancia. O a corta. Como un ventrílocuo a su muñeco. Sibilino. Destructivo. Lo que Sánchez le consiente.