el retranqueo
Carita de plan E
La crisis de España ya no es energética, inflacionista o pandémica. Es una crisis de fe, un desengaño, un síntoma de impotencia
Acordemos que Pedro Sánchez se maneja con un desparpajo solvente en las discusiones parlamentarias. Acordemos que asumir el riesgo de debatir con Núñez Feijóo se había convertido en un ultimátum porque Sánchez pierde votos hablando y el PP los gana callando hasta tropezando con ... el aborto. Acordemos que desde que los primeros ministros se marcharon de la cumbre de la OTAN encantados con sus castañer de esparto en la maleta, Sánchez se nos vino arriba. Pero hace tiempo que su problema dejó de ser de imagen.
Cultivar la sonrisa ensayada de joven triunfador de la socialdemocracia europea como icono irresistible frente a la calva sosa de un Scholz plomizo tiene su magnetismo, sí. Y su inglés activa mucha endorfina celosa. Pero es que ya da igual. El de Sánchez no es un problema de imagen, ni siquiera de comunicación. Comunica de lujo, fiel a la tradición legendaria de una propaganda basada en la superioridad moral, en la apropiación del concepto de progreso y en la férrea obediencia ideológica al ventajista. Pero lo que comunica es erróneo, contradictorio, una pose sinuosa, y el puzle se le ha desarmado al ponerlo en vertical imitando a Pablo Iglesias. No es la estética o la intensidad de la propaganda lo que le penaliza, ni retomar la calle sin corbata como un despechado sin cariño. Ni negarse a entrevistas incómodas, ni montar su propio 'Mira quién baila' en La Moncloa, un 'talent show' de posverdades con 'gente' elegida al azahar, que no al azar, y un postizo de guardería. Es la credibilidad lo que le hunde y su palabra genera ya rechazos viscerales.
La diferencia con el suicida Zapatero en 2010 es que Sánchez sí se ha avenido a reconocer la crisis. El autoengaño es absurdo cuando la cartera se vacía, y el PSOE ya sufrió aquel error de cálculo. Sin embargo, su reconocimiento de la crisis tiene una apariencia infantil, ingenua, simplista. Se le ha puesto carita de Plan E. Cuando uno se limita a admitir que «son momentos duros», pero los infravalora con media sonrisa y maquillaje graso, su mensaje caduca. Se le percibe nostálgico del redondismo, desesperado, agotado de ideas, y le fallan el crédito, la migaja en el recibo de la luz y la asunción objetiva de la realidad. Son respuestas de retórica inútil y manual de impotencia. Su swing de antaño es hoy solo una mueca, un instante de ego, ese no sé qué l´Oreal de 'porque yo lo valgo'. O a Sánchez le falta autodiagnóstico o le sobra soberbia porque la crisis de España ya no es energética, inflacionista o pandémica. Es una crisis de fe, un desengaño, un síntoma de impotencia, una resignación irreversible. Sánchez se ha convertido en un pinchazo de sumisión química para doblegar voluntades.
Acordemos que Sánchez y Feijóo empataron. O que ganó cualquiera de los dos. Es irrelevante. Lo relevante para Sánchez es asumir la impotencia de gobernar a base de ficciones y cómo deshacerse de una hemeroteca convertida en meme. Los autos de fe con Sánchez son ya gas licuado.