pincho de tortilla y caña
El riesgo del hartazgo
Los políticos españoles son tan cansinos que se han vuelto invisibles
Los puentes de Madison
A oscuras
A pesar de que el cruce de mensajes de WhatsApp entre Sánchez y Ábalos ha amenizado un poco el cotarro, lo más suave que puede decirse de la situación política actual es que lleva mucho tiempo en un bucle aburridísimo. La expectación inicial sobre ... la fragilidad de la legislatura ha derivado en un tremendo bostezo. El morbo que provocaba la ráfaga de insultos que cruza a diario de una orilla a otra ha dado paso a la indiferencia general. Las crónicas baldean cada día pozos secos como tejas. No es que estemos atrapados en el tiempo, como Bill Murray en el día de la marmota, sino más bien atrapados en el tedio, como Jack Lemmon en 'El Apartamento' antes de que le dieran la llave del baño de directivos. Bill Murray, después de todo, cambiaba de actividad a diario: unas veces aprendía a tocar el piano, otras ensayaba distintas formas de suicidio, de vez en cuando le sacudía un puñetazo a un tipo pesadísimo que le abordaba por la calle y siempre estaba depurando nuevas técnicas de seducción para llevarse a la cama a Andie MacDowell. Había mucha más variedad en el mismo dos de febrero de Punxsultawney, Pennsylvania, que en el correcto fluido temporal de la empresa de seguros neoyorquina de Jack Lemmon.
Los políticos españoles están afectados por la misma rutina mecánica que los oficinistas de 'El Apartamento'. Siempre hacen lo mismo, dicen lo mismo y amagan con lo mismo. Son tan cansinos que se han vuelto invisibles, como los hombres de celofán de las subtramas de algunas películas. Pero no parecen haberse dado cuenta y siguen pavoneándose por el escenario como si ansiaran esa divinización que tanto reprobaba Einstein en su ideal democrático. Me temo que esa explosiva combinación de chulería poligonera sobre las tablas y de caras de hastío en el patio de butacas desembocará indefectiblemente en un ensordecedor pateo del público en todo el teatro. Lo que, traducido a términos políticos, significa que cuando lleguen las elecciones –que llegarán, antes o después, por mucho que Sánchez quiera estirar el chicle– nos podemos encontrar con una abstención pavorosa. El abstencionismo siempre tiene las mismas causas: el hartazgo y la decepción. Los expertos han explicado muchas veces que los ciudadanos se cansan de tener que sacarles las castañas del fuego a los políticos inútiles y que ese cansancio, en muchas ocasiones, se traduce en un profundo enojo. De ambas cosas hay sobreabundancia en el actual paisaje de la política española. La pregunta es a qué partido le perjudicaría más el incremento de la abstención si hubiera que acudir a las urnas a medio plazo. Un dato para objetivar la corazonada: casi dos tercios del electorado socialista –según del CIS– declara tener poco o ningún interés por las cuestiones políticas. De ahí que la amenaza de la abstención, por lo que respecta al hartazgo, se cierna mucho más sobre el PSOE que sobre el resto. Feijóo lo sabe y por eso quiere convertir el Congreso de Julio en un revulsivo que movilice a los más rezonglones de su electorado. Pincho de tortilla y caña a que de que lo consiga o no depende buena parte de su futuro. Y, desgraciadamente, también del nuestro.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete