LA BARBITÚRICA DE LA SEMANA

Correr en círculos

El transeúnte de la 'polis' todavía se resiste a ser rebaño

Postalfabetas

Los dominios del payaso

Tras la grandeza de Fidias, Esquilo y Píndaro «se abatió sobre Grecia un torbellino de mediocridad, ante todo política», escribe Andrea Marcolongo en su más reciente libro. El objetivo de todos los literatos que vinieron después, insiste la autora italiana, fue rastrear las causas ... de la decadencia que los condenaba al rango de meros comparsas y no al de padres fundadores.

Después de recorrer 225 kilómetros de ida y vuelta desde el Ática a Esparta para pedir a los lacedemonios que intervinieran en favor de Atenas en la guerra contra los persas, en el año 490. a.C, el soldado Filípides atravesó los 41, 8 kilómetros que separan Maratón de Atenas. Lo hizo para informar de la victoria en la batalla. «Hemos vencido», dijo antes de caer muerto por el esfuerzo.

Valiéndose de la poética, sin duda trágica, que glosaron Heródoto y Plutarco sobre este episodio, la escritora Andrea Marcolongo se pregunta no sobre el origen de la maratón –cuyo recorrido incluye en realidad 400 metros más–, sino sobre el sentido que todavía guarda cada centímetro de aquella marcha a pie. Todo ha cambiado desde Filípides, dice Marcolongo, excepto la capacidad del ser humano para moverse. Desde la fundación de la primera Olimpiada en 776 a. C., en la época de Homero, los griegos se empeñaron en trazar un mapa de todos y cada uno de los aspectos de la realidad, desde la circunferencia física de la Tierra hasta la metafísica del alma.

El acto de avanzar, de impulsarse con un propósito, lo convierte Andrea Marcolongo en su ensayo 'El arte de correr' (Taurus) en una metáfora, un símbolo nítido sobre la moral del ciudadano. ¿Qué nos empuja a correr? ¿El miedo a la muerte? ¿Qué se esconde en el acto de la resistencia física? ¿Por qué corremos en grupo? ¿Qué distingue al corredor solitario del resto? Aunque parezca que nos habla de gimnasia o 'running' –maldito palabro–, Marcolongo nos coloca ante la evidencia moral que entraña toda travesía: la paciencia y el dominio de nuestros propios límites. Una carrera no es sólo física. Casi nunca se manifiesta en línea recta y planicie absoluta. Al contrario, el camino es enrevesado. Se empina y se desploma. Nos pone a prueba. Siembra obstáculos por doquier.

Esta próxima semana, el Festival de las Ideas organizado por La Fábrica y el Círculo de Bellas Artes reunirá a filósofos, escritores y artistas, desde Michael Ignatieff hasta Michel Houellebecq –el escritor francés que ejemplariza la decrepitud como forma de lucidez– para reflexionar sobre la idea de laberinto. Sin entrar a juzgar la premisa implícita de prisión que conlleva, y una vez leído el ensayo de Marcolongo, me pregunto por qué el corredor contemporáneo se parece más a la rata de laboratorio que a Filípides. Entiéndase por corredor al transeúnte de la 'polis': el hombre y la mujer que atraviesan la cosa pública hasta la extenuación, en principio dotados de un propósito, y que durante siglos ha intentado –no siempre con éxito– enmendar su pulsión al rebaño.

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