Morbo

Acabamos de tener el mejor ejemplo con el Campeonato Mundial de fútbol femenino, que España ganó contra equipos bastante más experimentados a base de entusiasmo y un buen juego colectivo, y tras no desanimarse por fallar un penalti en la final contra Inglaterra. Sin embargo, y pese a ese colosal éxito deportivo, no se habla más que del tristemente célebre beso de Luis Rubiales a una jugadora de la selección, Jenni Hermoso. Es más, el escándalo crece y crece, tanto a nivel nacional como internacional (la última en tomar posición ha sido la ONU), con un presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) que se negaba a dimitir, con su madre encerrándose en la iglesia de su pueblo (Motril) en huelga de hambre, con sus familiares pidiendo a Jenny Hermoso que declare contra ella misma, con la Fiscalía abriendo causa contra Luis Rubiales por posible agresión sexual y con un vídeo completo de la escena que cada cual interpreta como quiere; la FIFA condena y ha suspendido al directivo cautelarmente, aunque la inmensa mayoría solo ve el besazo del presidente de la RFEF ante la pasividad de la jugadora. Y sin que las autoridades superiores, Gobierno incluido, encuentren salida, en espera de que el Tribunal Administrativo del Deporte diga si hubo «abuso sexual muy grave», como pide el reglamento.

Ante una crisis semejante, en un país con menos dependencia de la política y más sentido de la responsabilidad, como Alemania, y en el momento de la reunificación, los dos grandes partidos se hubieran olvidado de los cargos y encontrarían una salida adecuada, como repartirse la próxima legislatura. Pero lo único que han alcanzado PSOE y PP es un encuentro entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo para «hablar de estabilidad». Pero no hay que hacerse ilusiones. Se han roto demasiados puentes entre ellos, ha habido demasiados insultos, demasiada cerrazón. Las cosas tienen que ponérsenos bastante peor de lo que están para que, con el agua al cuello, busquemos salvarnos. Ahí tienen a los ucranianos dispuestos a esperar a 2030 para entrar en la Unión Europea muriendo por su patria. Pregunten ustedes a un vecino cuál es su patria, y verán lo que les contesta. Y es que entre la pandemia, la crisis económica, el maldito beso y la sombra de Caín, hemos vuelto a ser nuestros peores enemigos.